Durante mucho tiempo las empresas separaron la “vida personal” de la “vida profesional”, como si la ética, la empatía o la decencia pudieran ponerse en pausa al cruzar la entrada de la oficina.

Esa narrativa permitió normalizar comportamientos tóxicos: Líderes brillantes técnicamente, pero crueles, colaboradores muy competentes pero incapaces de comunicarse asertivamente.

Sin embargo, la ciencia ya confirmó lo que la intuición humana sabía desde siempre: Una mala persona puede obtener resultados temporales, pero nunca será un buen profesional. Los datos hablan: La toxicidad es costosa.

Un estudio de Harvard Business School concluyó que un solo empleado tóxico le cuesta a la organización más de 12,000 dólares al año, incluso si su rendimiento es alto. ¿Por qué? Porque drena energía, aume

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