“No eres Dostoievski, aunque es evidente que te gustaría serlo. Incluso él tenía un gran sentido del humor, como Kafka. Pero ¿para qué hablar de genios? No lo eres. Seguro que lo sabes. No pretendo insinuar que no tengas un don limitado, con destellos ocasionales de ingenio e imaginación. Mi opinión sincera es que tienes demasiada ira y esa es otra razón por la que tu escritura se vuelve aburrida.”

La frase, dicha por su editor en la ficción a Asher Baum —alter ego de Woody Allen en su primera novela, “¿Qué pasa con Baum?” —, es la más sincera de este libro, que si bien no es aburrido resulta insustancial. Los incondicionales seguidores del director de “Manhattan” y “Annie Hall” , tras su lectura, podrían plantear otro interrogante: “¿Cuál era la necesidad, Woody, de publicar es

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