Mi reciente viaje a Chile me permitió cerrar un proceso doloroso: la justicia confirmó la responsabilidad de cuatro oficiales de la Armada en el homicidio calificado de mi hermano, Milton Domínguez, migrante colombiano con discapacidad física que vivía una situación de extrema vulnerabilidad. Su muerte no fue un accidente ni un hecho confuso; fue un acto de violencia injustificable que hoy, tras la sentencia del 20 de noviembre, no quedará impune.

En medio de este camino —marcado por el reconocimiento y cremación de su cuerpo para poder expatriarlo desde Iquique a Cali y mi declaración como testigo víctima en el juicio recién celebrado— encontré un apoyo esencial en el Hogar de Cristo. Esta institución acompañó a Milton cuando más lo necesitó y, luego, me sostuvo a mí con una humanidad qu

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