Creía haber terminado de ver la última temporada de Black Mirror, la estupenda serie sobre distopías tecnológicas que sitúa al espectador ante dilemas éticos, hasta la proclama sin admitir preguntas que ofreció ayer Ernai. Habitar mundos paralelos, ensoñaciones endogámicas y tener que elegir entre la realidad incómoda y la ficción más amable han acabado siendo tramas habituales para la serie y para el movimiento político que lidera Sortu. En la serie se resolvía con desigual fortuna; en la política llevan décadas dejándolo para la próxima temporada.

No es creíble el victimismo en quien se exhibe pintando dianas. Hay que tener la brújula muy desimantada para no distinguir entre criminalizar un proyecto y no amparar sus excesos. El relato redentor es megalómano: muchos son los llamados y po

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