El corazón se acelera, los músculos se tensan y la cara nos hierve. O, lo que es lo mismo, estamos enfadados. Quizás porque alguien se ha colado en el supermercado, o porque un compañero de trabajo nos ha pasado una tarea ingrata o incluso después de que alguien a quien amamos nos haya traicionado. 

Todos nos hemos enfadado más de una y de dos veces. Es un sentimiento natural y, como cualquier emoción, transmite un mensaje, nos dice que una situación es molesta, injusta o amenazante. Enfadarse es una habilidad de resistencia y una respuesta natural e instintiva para atacar cuando nos sentimos amenazados.

El enfado es una de las emociones humanas más básicas, es poderosa, básica y necesaria para nuestra supervivencia. Para Amparo Calandín , psicóloga, “nos avisa de que algo no va bien, que se ha cruzado un límite o que nuestras necesidades no están siendo respetadas”.

Una combinación de factores físicos, mentales y sociales interactúan para hacernos sentir de una manera determinada. Cada persona lo vive a su manera, ya que los sentimientos están influenciados por nuestra composición emocional, en cómo vemos el mundo, lo que pasa a nuestro alrededor y nuestras circunstancias. 

Para Calandín, más que evitar el enfado, de lo que se trata es de “aprender a escucharlo y canalizarlo de una forma saludable. El problema no es sentir enfado, sino cómo lo gestionamos”. Porque el enfado en sí no es el inconveniente, sino una mala gestión.

Por qué nos enfadamos

Todas las emociones tienen un propósito. Nos proporcionan el impulso que necesitamos para evitar aquellas cosas de la vida que nos podrían poner en riesgo y para recorrer los elementos que nos podrían ayudar a prosperar. Las situaciones que desencadenan el enfado pueden ser muchas y variadas. Como explica Calandín, detrás del enfado muchas veces “hay otras emociones que cuesta más reconocer o expresar, como la tristeza, la frustración, la inseguridad o el miedo”. 

Para Calandín, “el enfado a menudo actúa como una especie de ‘escudo’ emocional, aunque también puede estar relacionado con experiencias pasadas no resueltas, creencias rígidas o expectativas poco realistas”, afirma Calandín. De ahí que resulte clave “identificar qué nos está queriendo decir el enfado, más allá del impulso inicial”, afirma la psicóloga.

Detrás del enfado puede haber muchas veces “interpretaciones rígidas, expectativas no cumplidas o de asumir intenciones en el otro que quizás no existen”, explica la psicóloga.

Cómo gestionar el enfado

Cuando se reconoce, se escucha y se expresa de forma saludable, el enfado puede jugar un papel importante para mantenernos seguros y puede ayudarnos a motivarnos hacia un cambio positivo. Y esto desmontaría la frase que dice que “si uno no quiere, no se enfada”. Para Calandín, “esta frase puede ser muy injusta y simplificadora porque no elegimos enfadarnos, como tampoco elegimos sentir tristeza o miedo”.

Esto no significa que no tengamos un papel protagonista y activo en cómo gestionamos lo que sentimos, aclara la experta. Es importante, para no enfadarnos tanto, “tomar conciencia de que no siempre podemos controlar lo que los demás hacen, pero sí podemos decidir cómo interpretamos esas situaciones y qué valor les damos”, explica Calandín.

No siempre podemos controlar la situación en la que nos encontramos o cómo nos hacen sentir, pero sí podemos aprender a controlar cómo expresamos nuestra ira. Una vez salimos del modo de respuesta de lucha y huida, podemos entender nuestro enfado y tomar medidas para trabajar las causas. Esto nos ayuda también a resolver los problemas que nos provocan el enfado al principio.

 “Si aprendemos a cuestionar los pensamientos que nos llevan al enfado, a flexibilizar nuestras creencias y a comunicarnos de forma más asertiva, podemos reducir significativamente la intensidad y la frecuencia del enfado”, explica Calandín, que matiza además que no se trata tanto de evitar la emoción, “sino de aprender a gestionarla desde un lugar más consciente y saludable”.

Cuándo debemos pedir ayuda

Ya hemos visto que en su forma más saludable, el enfado puede tener una función protectora, ya que indica amenazas o injusticias percibidas. A veces, enfadarnos nos puede motivar a crear un cambio positivo. Sin embargo, si no se controla puede convertirse en algo que perjudique las relaciones, que interrumpa el rendimiento y reduzca el bienestar emocional. A pesar de ser común, esta emoción requiere una regulación intencionada.

¿Cuándo debemos pedir ayuda? “Cuando sentimos que el enfado nos desborda, que reaccionamos de forma desproporcionada o que afecta a nuestras relaciones, nuestra salud o nuestra vida diaria, es importante buscar ayuda”, explica Calandín. Pero debemos prestar atención también a otras señales que nos deben llevar a pedir ayuda, como “sentirnos culpables o confusos después de enfadarnos, o cuando lo evitamos tanto que nos tragamos todo y eso nos hace daño”.

Para la experta, trabajar para crear herramientas para nuestro crecimiento personal y emocional “es lo mejor para tener una fuerte salud mental, lo que nos ayudará a entender de dónde viene ese enfado, qué función tiene en nuestra vida y cómo podemos expresarlo de forma más sana y constructiva”, concluye la psicóloga.