El Gobierno presume de los excelentes datos macroeconómicos, entre los mejores de la UE, pero el malestar por la subida de los precios de alimentos y vivienda en los últimos años no deja de aumentar. Los votantes se fijan más en el ticket del supermercado que en el PIB
¿Se está trasladando el crecimiento económico a los hogares? Estos son los gráficos que lo explican
Los escaños del Partido Popular recibieron con gritos y risas el comienzo de la intervención de Gabriel Rufián en la sesión de control. Había pedido “dos minutos de realidad más allá de Ábalos, Koldo, Cerdán y Salazar”. La oposición también quiere controlar los temas de los que hablan otros portavoces. El representante de Esquerra empezó con una pregunta, retórica si se quiere, porque la respuesta estaba contenida dentro: “¿De qué sirve un país en el que trabaja más gente que nunca si acaban siendo de facto pobres?”. Pasó revista al aumento del precio de alimentos básicos en los últimos tres años. “La carne, un 50%. La leche, un 60%. Los huevos, un 70%”.
La pregunta implícita es si la izquierda, o en concreto el PSOE, va a presentarse en la próxima campaña electoral con una lista de indicadores macroeconómicos positivos a la espera de que la gente dé más importancia a esos números que a su presupuesto familiar. Es poco probable que la gente compre ese mensaje. Y de ahí el aviso de Rufián, expresado de forma que entendería cualquier político: “A usted lo que le va a echar de Moncloa va a ser el coste de la vida”. No sería una sorpresa. Ha ocurrido también con otros gobiernos fuera de España y seguirá ocurriendo.
Mirando atrás, no es descabellado pensar que si no hubiera sido por el crecimiento del empleo, la derecha estaría gobernando en Moncloa desde el verano de 2023. Pero eso no quiere decir que la jugada se vuelva a repetir.
Como era de esperar, Pedro Sánchez respondió con lo que le había reprochado Rufián. Los datos macroeconómicos. Presumió de que España es la economía europea donde más ha crecido el empleo y es “la tercera en que más riqueza se ha generado”. La situación de España sería mucho peor si en vez de un crecimiento cercano al 3% este año y una previsión del 2% en 2026, se hubiera quedado por debajo del 1%, como sucede en Alemania. La repercusión en el empleo sería evidente y el número de afiliados a la Seguridad Social no habría llegado a 22,3 millones, un récord histórico.
Un editorial del Financial Times lo certificó en septiembre. Frente a la debilidad de las grandes economías de la UE, España destaca como un “raro punto brillante” en un contexto de cifras deprimentes. Sin embargo, los votantes españoles no leen el FT y se fijan más en el ticket del supermercado después de hacer la compra semanal.
“¿Se está trasladando el crecimiento económico a los hogares?”, se preguntaba un artículo reciente de este diario. A diferencia de lo que ocurrió en anteriores crisis, España ha logrado encajar sin venirse abajo los efectos de la pandemia, una guerra en Europa del Este, la mayor crisis inflacionaria en décadas y la guerra comercial impuesta por Donald Trump. Nunca hubo tanta gente trabajando, las pensiones y el salario mínimo han crecido de forma considerable y la tasa de paro está en el punto más bajo desde 2007. Cualquier Gobierno alardearía de esas cifras. Sería estúpido no hacerlo.
La renta disponible de los hogares ha crecido un 5,7% desde 2019. Pero el aumento de los precios ha hecho que la capacidad adquisitiva se haya resentido. El salario medio ha crecido junto a la inflación, pero el salario real, descontados los impuestos, no es muy diferente al de 2005. Midiendo el PIB, España mira por encima del hombro al resto de grandes economías europeas. En relación con el crecimiento de la renta familiar per cápita desde 2004, se encuentra en el vagón de cola, sólo por encima de Italia y Grecia.
El precio de los alimentos y de la vivienda están en la base del malestar ciudadano y aumenta la percepción de que el salario no da para lo mismo que permitía comprar antes. En el caso de la vivienda, la diferencia con respecto a hace diez años es gigantesca.
En los últimos años, las encuestas del CIS muestran que más del 60% de la gente dice que su situación económica personal es buena o muy buena, un 63,8% en el sondeo de noviembre de este año. No es el retrato de una sociedad en crisis, pero eso deja mucha gente fuera del escenario optimista. El estudio de confianza del consumidor en octubre ofrece datos complementarios. A un 18,1% le resulta difícil llegar a fin de mes y sólo lo consigue endeudándose o echando mano de los ahorros. Un 28% llega justo a fin de mes. Un 34,9% afirma que la situación económica de su hogar es peor que hace seis meses. El 59,5% de estos últimos lo achaca a la inflación.
“La gente realmente detesta la inflación y gran parte se produjo en los alimentos. Se han incrementado un 35% en tres años. La gente percibe que sus salarios no han crecido y que la cesta de consumo no se ha incrementado, por lo que sus percepciones no han mejorado”, explicaba en ese artículo Miguel Cardoso, economista jefe de BBVA Research en España.
Los precios matan gobiernos. Pueden afirmarlo los demócratas en EEUU, donde fueron el factor clave de la caída de la popularidad de Biden y la victoria de Trump. Las cifras macroeconómicas del país eran excelentes al llegar las elecciones de 2024. Ahora, los precios siguen sin dar tregua y están siendo la causa del hundimiento del apoyo a Trump. Su nivel de apoyo está en el 36% y el rechazo en el 60%, según Gallup, el punto más bajo de su segundo mandato. El diferencial entre opiniones positivas y negativas ha sufrido una caída de más de veinte puntos desde enero.
La denuncia de los precios abusivos en la cesta de la compra y de la vivienda fue uno de los reclamos más constantes y efectivos de la campaña de Zohran Mamdani, que le dio la alcaldía de Nueva York. Ha estado en el origen de otras victorias de candidatos demócratas en elecciones locales y estatales. En EEUU, la palabra 'affordability' (lo que viene a significar 'precios asequibles') aparece en múltiples titulares hasta el punto de que ha provocado la furia de Trump, que la considera una invención de los demócratas.
“Lo que le propongo, casi lo que le exijo”, dijo Rufián a Sánchez, “es que saque a la comida del mercado especulativo. Igual que la vivienda, el que quiera hacerse rico, que no lo haga, ni con casas ni con comida. Que tope precios, y por qué no, distribuidoras públicas de alimentación”.
Sánchez no entró en ese debate, porque probablemente ni quiere ni puede tomar medidas en esa línea. Que vayan a funcionar no está garantizado, como casi todo en economía, y el historial del control de precios no arroja resultados consistentes. No porque los gobiernos nunca los utilicen. En el sector de la energía, lo han hecho con una cierta frecuencia, no siempre con éxito.
Lo único que es seguro es que los gobiernos que dicen a los votantes que no deben preocuparse por los precios suelen perder las elecciones.

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