La misión exigía el máximo secreto.

Un equipo de escaladores estadounidenses, seleccionados personalmente por la CIA por sus habilidades en el montañismo (y su voluntad de mantener la boca cerrada), luchaban por ascender a una de las montañas más altas del Himalaya.

Paso a paso, subieron con dificultad la cresta afilada, con el viento azotándoles la cara y los crampones precariamente aferrados al hielo. Un pie mal colocado, un resbalón por descuido, y una caída de 600 metros, en línea recta.

Justo debajo de la cima, los estadounidenses y sus camaradas indios tenían todo listo: la antena, los cables y, lo más importante, el SNAP-19C, un generador portátil diseñado en un laboratorio de alto secreto y alimentado por combustible radiactivo, similar a los que se utilizan para la exploración

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