Por Fernando Abrego, cofundador de Vedata

El 7 de agosto pasado, OpenAI lanzó GPT-5, su modelo de inteligencia artificial más avanzado hasta ahora. La promesa era clara: más rápido, más preciso y con menos “alucinaciones” —ese término elegante que usamos para describir cuando la IA inventa datos con total seguridad. Y sí, técnicamente cumple: razona mejor, programa con más soltura, redacta con más coherencia y hasta da consejos de salud más útiles.

Pero lo que pocos anticiparon fue el “vacío emocional” que dejó. Apenas debutó, los foros y redes sociales se llenaron de reclamos: la gente pedía de vuelta a GPT-4o, la versión anterior. ¿Por qué? Porque el nuevo modelo será más inteligente, pero también más frío. “Se siente distante, sin chispa, sin humor”, decía un usuario en Reddit. Tanto

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