Lo más difícil en un diálogo no es lo que se dice, sino el modo como se escucha. Para poder dialogar hay que aprender a escuchar. De nada sirven los llamados al diálogo sin la firme voluntad de escuchar al otro, de escuchar profundamente la propia voz de la conciencia, escuchar la voz del pueblo y escuchar los lamentos y sufrimientos de las mayorías. Sólo el diálogo que nace de la escucha respetuosa, sincera y honesta podrá culminar en alianzas y propuestas para enfrentar y resolver la gravísima crisis que estamos viviendo.

Escuchar es ser receptivo, buscar la verdad, defenderla, aborrecer la mentira. Es exponerse a descubrir que podemos estar equivocados y que no tenemos la razón, toda la razón. Escuchar no es sólo oír con interés y atención al otro y tratar de entender lo que dice, sino

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