En la segunda mitad del siglo XVI, España era la potencia dominante en Europa y sus territorios se extendían por América, Asia, y partes de Europa. Felipe II, monarca español, gobernaba un imperio en el que “no se ponía el sol”. Sin embargo, este dominio no estaba exento de desafíos: Inglaterra, bajo el reinado de Isabel I, había comenzado a expandir su poder naval y a desafiar la supremacía española, pues España aspiraba a derrocarla y restaurar el catolicismo en Inglaterra; ésta apoyaba a los rebeldes protestantes en los Países Bajos, entonces bajo dominio español; y los corsarios ingleses atacaban regularmente los barcos españoles que regresaban cargados de riquezas del Nuevo Mundo.

De manera que Felipe II ordenó la construcción y preparación de una gran flota que, bajo el mando del du

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