Michael Chaves, tras haberle dado relevo como director a James Wan en ‘Obligado por el demonio’, hace lo que puede con una fórmula en franca agonía

La fiebre por el universo cinematográfico que trajo Marvel a principios de la década pasada ha tenido pocos discípulos más prósperos que el llamado Warrenverso. La saga Expediente Warren es la más taquillera de la historia del cine de terror y fue inaugurada en el verano de 2013, cuando la cartelera aún temblaba por el terremoto de Los Vengadores. Existen aun así amplias diferencias entre el Warrenverso y los superhéroes de Marvel —a quienes es más intuitivo emparentar con DC (obviamente), o incluso con los Godzilla y Kong del Monsterverso—, sobre todo por el escaso interés del primero en expandirse a través de series para streaming. A su vez, esto es justo lo que legitima la saga impulsada originalmente por James Wan: hay algo de pureza industrial en ella. Algo que remite a la historia clásica de Hollywood.

Mientras que Kevin Feige se ha inspirado en la narrativa seriada de los cómics y en el Monsterverso importa el kaiju eiga de Japón, a lo que más recuerda Expediente Warren es a los monstruos clásicos de Universal. Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo… todos tuvieron sus propias películas encadenadas a partir de los años 30 en lo que sería el primer universo cinematográfico de la historia —con sus crossovers y todo—, ajustándose al género de terror con presupuestos prudentes y siendo presa de un intento de resurrección contemporáneo al desarrollo de Expediente Warren. Hablamos de ese Dark Universe que murió al poco de empezar dejándonos una foto para el recuerdo, mientras que los aterradores enemigos, los Warren iban acumulando películas.

El matiz definitorio de estas —lo que, siendo en ambos casos terror supeditado a un gran estudio, más les separa— es que los monstruos de Universal venían de la literatura y los de Expediente Warren se anclan en… la realidad, o algo parecido. El matrimonio de Ed y Lorraine Warren existió de verdad: sus casos de investigación paranormal son la fuente directa de las películas de Expediente Warren, y solo se han apartado de los mismos a la hora de especular con el origen de los monstruos a los que se han enfrentado. Mientras que Annabelle y La Monja han podido volar libres, cada entrega “principal” de Expediente Warren se ha tenido que basar en hechos reales. O algo parecido.

Lo cual conduce a una serie de disonancias, en cuanto a que por ejemplo sea la primera entrega de La monja (2018) la más taquillera de una saga de rentabilidad constante —dejando claro lo poco que importa dentro del fenómeno el vínculo con la realidad—, o que en los últimos años haya perdido fuelle la opción de fabular sobre estos espectros, en favor de la linealidad de los casos auténticos de los Warren. Una vez Annabelle tiene su propia trilogía y se descarta que vaya a haber película del Hombre Torcido, Expediente Warren: El último rito promete ser la última entrega de la franquicia porque narra el último caso que investigaron los Warren, ni más ni menos. No deben de quedar ganas de exprimir la fórmula. Por mucho que el público parezca receptivo a seguir pasando por caja.

De James Wan a Michael Chaves

Y es algo que da que pensar. El cine de terror es la cosa más rentable que hay. El género que más alegremente se deja invadir por lo formulaico y el fanservice a la hora de encadenar secuelas hasta el infinito, encomendándose al disfrute del público fiel y a lo barata que suele salir la jugada. El caso de Expediente Warren es interesante porque, insistimos, no es tanto una saga incombustible del estilo de Scream o Halloween como un universo a la medida de tantos otros que hayan intentado despegar en los últimos años: un fenómeno totalmente contemporáneo y tan coyuntural como para compartir varios nombres propios con la citada DC que gestiona Warner: la misma major que, a través de su sello New Line, ha venido distribuyendo desde 2013 las películas del Warrenverso.

El mismo James Wan que lo inició todo ha dirigido, por ejemplo, dos películas de Aquaman, mientras conservaba el control creativo de cada nueva entrega de Expediente Warren junto a su socio Peter Safran. ¿Y quién es Peter Safran? Pues nada menos que el actual copresidente de DC junto a James Gunn: un metódico gestor que hoy intenta mantener la fe del público en el reinicio de este universo con el estreno de Superman. Lo tiene difícil tras haber producido entregas mucho menos exitosas de esta línea superheroica, como esa secuela de ¡Shazam! que fracasó en 2023 pese a que repetía el mismo director que el de la celebrada primera entrega, David F. Sandberg.

Sandberg no solo comparte con Wan el haber dirigido una película superheroica bien recibida para que la secuela posterior se topara con el total desinterés del público —su ¡Shazam! La furia de los dioses se refleja en Aquaman y el reino perdido—, sino que también ha sido un asalariado del Warrenverso junto a Safran. De hecho apuntaba a ser el sucesor natural de Wan una vez este prefería apartarse de la dirección tras Expediente Warren: El caso Enfield en 2016 y un año después Sandberg cosechaba elogios con Annabelle: Creation, pero algo sucedió. En 2025 nos hemos encontrado, así, con que Sandberg ha vuelto al terror con la competencia —llevándose consigo al guionista de Annabelle: Creation, Gary Dauberman, para escribir en Sony Until Dawn—, mientras que el sucesor definitivo de Wan es un cineasta sin mucha personalidad llamado Michael Chaves.

Chaves lleva cuatro películas firmadas de Expediente Warren, contando la “entrega no oficial” que fue La Llorona en 2019. Ha dirigido la secuela de La monja así como las dos últimas películas canónicas protagonizadas por los Warren que interpretan Patrick Wilson y Vera Famiga: Obligado por el demonio (2021) y ahora El último rito. Y lo ha hecho habiéndose empollado a conciencia el estilo de Wan, que es lo mismo que decir el gran motivo por el que ha triunfado Expediente Warren. Algo que nos lleva a pensar en un terror sin sangre ni violencia excesiva, dependiente de los sustos y las subidas de volumen (los jumpscares, vaya) que modulan una gramática tipo atracción de feria, tan calculada y previsible como para esquivar cualquier calificación por edades estricta.

Wan es mucho más que eso, claro —de hecho, y así lo atestigua un título tardío como Maligno, nunca ha dejado de ser un cineasta indispensable del cine de terror del siglo XXI—, solo que a la hora de estudiar su labor con Expediente Warren no percibimos algo muy distinto a cuando ha tenido que ponerse a rodar blockbusters —ya sean de superhéroes o de Fast & Furious— dejando de lado el vitriolo que le diera a conocer con Saw. Porque Expediente Warren, además de garantizar sobresaltos a granel sin que nadie salga herido, carece de cualquier sentido del humor o autoconsciencia, algo que se ha extremado con el relevo de Chaves y culmina con El último rito.

Una saga aburrida de sí misma

Puede tener su encanto, por qué no. Gran parte del cine comercial actual está cómoda en el cinismo y en sintonía el género de terror prefiere aligerarse mediante la complicidad fácil o el sarcasmo —la propia New Line así lo ha demostrado este 2025 con Weapons o la última entrega de Destino final—, con lo que llega a ser refrescante lo mucho que el Warrenverso quiere tomarse en serio a sí mismo a través del matrimonio protagonista. El impacto emocional de cada entrega principal se sustenta en el amor de Ed y Lorraine (y en su fe religiosa), ocasionalmente compatible con el de la familia que intentan defender de cada poltergeist. Hablamos, en varios sentidos, de cine familiar.

Esto se extiende a El último rito, donde no es tan importante que se documente el caso de la familia Smurl —que sufrió la enésima casa poseída entrados los años 80— como intentar darle a la historia un aura de conclusión épica a través de anclar el misterio en otro supuesto caso previo de los Warren y ampliar el rol de su hija Judy (Mia Tomlinson), que justo cuando va a contraer matrimonio se ve en problemas por los poderes de médium que heredó de su madre. El último rito quiere sacar partido de la época en la que se desarrolla, además, con la incidencia de la cultura de masas en la imagen pública de los Warren, de forma que la convivencia de este clan con los repentinamente famosos Cazafantasmas del cine —mucho más frívolos, escépticos y ateos— atina a prometer inicialmente que el filme será algo más complejo de lo acostumbrado. Una sensación que no dura mucho.