Era una canción de Cesáreo Gabaráin que nos enseñó en el colegio María Dolores, la profesora de música. La ausencia de pan era el comienzo, y continuaba su lamento: «cuando llora porque nadie se lo da…». Sobrecogía pensar en el rostro doliente de un niño rogando alimento. Recuerdo doloroso que se agudiza estos días de algarabía estudiantil, pensando en los que no retornan ahora ni lo harán nunca. Es delicioso ver cómo los niños acarician su material de estreno, excitados ante la novedad de un curso que se despliega, esperanzados ante el simpático alivio de los padres que por un lado desean cierto respiro extenuados, tras planificar actividades a diestro y siniestro con que colmar tantas horas hambrientas de actividad frenética. Pero más allá de nuestras escuelas y nuestros niños hay otros

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