La historia quiere a José María Ruiz-Mateos (1931-2015) como los sevillanos a su Virgen de la Macarena. Con la pátina del tiempo, la suma de los años, el polvo que todavía levanta su nombre, la mirada cansada, el desgaste de la vida y el «que te pego, leche» con la mano alzada frente a un Miguel Boyer templado y escoltadísimo.

Si retirásemos la veladura, ahora que se cumplen diez años de su fallecimiento, quedaría un personaje plano, una foto limpia, pero irreconocible. Guste más o menos, es un símbolo identitario colectivo que alternaba lo sublime, y lo trágico. Supo equilibrar su caída con un crescendo carnavalesco que hacía que el ciudadano no supiera si soltar la carcajada, cabrearse o unirse al sainete en aquella España recién salida del blanco y negro. En ese difícil juego, Ru

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