En las cumbres agrestes de la Montaña Palentina, donde el aire es más frío y los cielos parecen tocarse con la mano, existe un enclave que desde hace siglos inspira respeto y fascinación: el lago Curavacas.

En torno a este pozo de aguas profundas y cristalinas, enclavado a casi dos mil metros de altitud, con el paso de los años se ha tejido una historia en forma de leyenda.

El relato, recogido y documentado por el investigador Laurenlino Ruesga Herreros en Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses nº 68, sigue aún hoy vivo en la memoria colectiva de los pueblos de la zona.

De hecho, no hay vecino en la cercana zona de Vidrieros o en el valle de Pineda que no conozca la historia de aquel "moro fugitivo" y aquella "cristiana enamorada", ni que ignore la advertencia:

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