“Es Felipe, Felipe Pigna, con ñ”, decían a modo de chiste sobre el senador Felipe Michlig , quien en la semana explotó en la Convención de la reforma constitucional que preside y soltó, colorado y sin saber que estaba siendo escuchado, el clásico arrebato “lo voy a cagar a piñas”, en referencia a Nicolás Mayoraz , en uso de su habilidad para ser el nuevo villano .

No era el lugar ni el decoro. Fue una temeridad instintiva e inoportuna, un arrojo en falso en la jaula de los leones, un gesto cargado de consecuencias políticas. Sobre todo en un momento clave y final de la Convención que definía, por ejemplo, los determinantes cambios en el Poder Judicial.

No hubo riesgo verdadero de afectar el proceso , pero el hombre en la cima pisó en falso y, desde allí, hay que reducir el marge

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