07:00 p.m. Manuela y yo en pleno centro de Altamira. Voy por el canal del medio en la Av. Francisco de Miranda. Cambia la luz a rojo y me detengo en uno de los tantos semáforos esparcidos por doquier. Estoy feliz, con un par de birritas en la cuerpa y lista para ir al hogar; de pronto escucho un “ brrr… prfff… clac ”, y el carburador deja de sonar. Ante mis ojos expectantes, que gritan en silencio: “¡No, por favor, acá no, no en medio del tráfico!”, Manuela decide apagarse.
08:30 p.m.
—Hola, soy yo… Manu se me volvió a apagar.
—¿Otra vez? (risas). Ajá, ¿y qué quieres que yo haga?
—Coño, G., que me ayudes. No entiendo por qué se apaga. Ya la llevé al mecánico, se le cambió la batería, la bujía, se le hizo mantenimiento. ¿Qué carajos puede tener?
—Bueno, yo tampoco sé —respondió con