Cuando se muere alguien que nos cae mal, es difícil que nos caiga mejor por haber muerto. Pero lo que no haremos nunca es acercarnos al cementerio en el que descansa el finado y ponernos a bailar sobre su tumba , mientras le dedicamos unos expeditivos cortes de mangas. Tampoco se nos ocurrirá escribir una necrológica en algún diario para ponerle verde. Si nos preguntan, negaremos habernos alegrado de su fallecimiento, aunque sin sobreactuar, confesando que nunca nos acabó de hacer gracia. Esta era, por lo menos, la costumbre de mi generación y de mis mayores, una costumbre que parece estar pasando a mejor vida (¿por pusilánime e hipócrita? No lo negaré, pero de alguna manera hay que evitar vivir según la ley de la selva).

Hace unas semanas, el presunto humorista catalán Toni Albà (arrec

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