
La edición número 80 de la Vuelta a España afronta su desenlace en Madrid con un ambiente muy distinto al habitual. La Castellana, escenario tradicional del cierre festivo, mezcla hoy la celebración deportiva con un clima enrarecido por las protestas propalestinas y la presión política que han marcado gran parte de la ronda.
Lo que en otras ocasiones es un paseo triunfal, con sonrisas y brindis en el pelotón, se convierte este año en un final condicionado por la tensión extradeportiva. El recorrido, de 106 kilómetros entre Alalpardo y la capital, tuvo que ser incluso recortado por motivos de seguridad.
Vingegaard, campeón con empatía
El gran protagonista es Jonas Vingegaard , que se enfundará el maillot rojo en Madrid tras resistir los ataques del UAE y de un combativo Joao Almeida , segundo en la general. El danés, pese a haber sufrido en las etapas decisivas, se mostró comprensivo con las protestas que han acompañado a la carrera:
“Todo el mundo tiene derecho a protestar. Entiendo el motivo, aunque es una pena que tenga que suceder aquí”, señaló el doble campeón del Tour, que reconoció que en algún momento dudó de si la prueba podría continuar.
La calma con la que afrontó la situación contrasta con el nerviosismo de la organización y de las autoridades, que han tenido que reforzar de forma extraordinaria la seguridad.
La Bola del Mundo, el día más crítico
El punto álgido de la tensión llegó en la penúltima jornada, con final en la Bola del Mundo . Allí, un centenar de manifestantes irrumpieron en la carretera a 18 kilómetros de meta, obligando a los ciclistas a esquivar por los arcenes y a los agentes a intervenir de forma improvisada. Hubo momentos de auténtico caos, con un detenido y corredores descolocados, aunque la situación no pasó a mayores.
Episodios similares ya se habían producido en Bilbao, Castro Urdiales, Valladolid o incluso en Cercedilla , donde la protesta obligó a modificar un sprint intermedio. En total, seis de las últimas diez etapas se vieron alteradas, lo que convirtió a esta Vuelta en una carrera marcada por la política tanto como por el ciclismo.
La dimensión política del conflicto
La Comunidad de Madrid anunció que denunciará los “actos violentos” y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo , pidió al Gobierno que condenara las protestas. Desde el Ejecutivo, en cambio, se lanzaron mensajes más comprensivos con la causa palestina. Incluso dirigentes de Podemos, como Ione Belarra e Irene Montero , participaron activamente en algunas movilizaciones.
El equipo Israel-Premier Tech , centro de la polémica, optó por el silencio: declaraciones mínimas, la marcha a casa de su director deportivo Óscar Guerrero y la defensa a distancia de su impulsor, Sylvan Adams .
Un final con doble cara
Mientras tanto, la organización intenta preservar el protocolo festivo: el circuito de la Castellana , con diez pasos por meta, ofrecerá el escaparate final para Vingegaard y la última oportunidad para los sprinters. Jasper Philipsen parte como favorito en ese esprint, con Mads Pedersen —ya dueño del maillot verde— y Orluis Aular como principales amenazas.
El despliegue de 1.500 agentes vigilará cada metro de la capital. Incluso en radio vuelta, el canal oficial de comunicación de la carrera, se coló en varias ocasiones música propalestina, muestra de cómo la protesta se ha infiltrado en todos los rincones de la Vuelta.
LaVuelta más atípica
Pase lo que pase en la Castellana, la imagen que quedará de esta edición será la de un pelotón que logró sobrevivir a la incertidumbre y a un clima de división social. Un campeón danés comprensivo y un país donde el deporte y la política se cruzaron de forma inevitable.
La Vuelta 2025 se recordará, más que por la dureza de sus puertos o por los segundos de diferencia en la clasificación, por haber sido la ronda española más convulsa de la historia reciente .