Hasta que Palencia Caballero pitó penalti en el minuto 29 de Pepe Sánchez y dos minutos después lo anuló tras ver la acción en la pantallita (típica pena máxima que el aficionado reclama si es a favor y rechaza si es en contra), al Real Zaragoza le había costado meterle la quinta marcha al partido. Con el Albacete escondido en su campo, ordenado, el equipo aragonés estaba teniendo dificultades para que el balón corriera y para encontrar un agujero por el que colarse en la tela de araña visitante. La pelota no cogía velocidad, no había claridad y los espacios eran mínimos.

Con la decisión del colegiado de anular el penalti, el ambiente se enardeció y el Zaragoza se benefició. Con más corazón que cabeza y llevando el partido mucho más cerca del área de Raúl Lizoain, el conjunto aragoné

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