Hay tradiciones que no deberían perderse.
Me refiero a las vallas altas de nuestro país.
Ahí se han lucido Javier Moracho y Carlos Sala, allá por los ochenta y los noventa. Y Jackson Quiñónez, ya a principios de este siglo. Y Orlando Ortega, ya en la segunda década. Y en los últimos tiempos, Asier Martínez, un poquito más decaído en estos Mundiales de Tokio, apeado en la primera ronda.
Si nos aferramos a esa inercia, hay que creer en Quique Llopis (24). Hay que hacerlo cuando aparece en escena.
Hay que hacerlo a pesar de sus disparos al palo. Pues tantos sinsabores acumula, tantos contratiempos va, un recorrido entre la niebla de un lustro, cinco años para ver la luz.
Pero esa luz no se enciende.
Pues eso mismo ocurre en Tokio, en la final del 110 m vallas, otro disparo al palo: acab