
“Creo que hemos encontrado una solución al autismo” , dijo el presidente Donald Trump durante el multitudinario homenaje a Charlie Kirk en Arizona. No fue una frase casual. Fue, más bien, la antesala de un anuncio que —según adelantó su equipo— será uno de los más importantes “en la historia médica de EE. UU.”.
En una época en la que los políticos se limitan a repetir eslóganes fabricados por sus asesores, Trump se atrevió a desafiar el relato dominante sobre una de las condiciones más estudiadas y, sin embargo, más incompresibles de nuestro tiempo: el autismo.
¿Qué se anunciará concretamente?
La secretaria de prensa Karoline Leavitt confirmó que se trata de una respuesta científica a la “epidemia de autismo infantil” , cuyo crecimiento en las últimas décadas ha sido tan vertiginoso como silenciado por la corrección política.
Según datos de los CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) , hoy uno de cada 31 niños de ocho años ha sido diagnosticado dentro del espectro autista. En el año 2000, era uno cada 36. Pero la cifra no explica la angustia social, ni el trasfondo cultural que ha normalizado lo que, en otras épocas, hubiera sido impensable.
La política frente al dogma médico
Trump no es médico. Pero como hombre de Estado, plantea una pregunta válida: ¿Estamos diagnosticando más o estamos enfermando más? Desde abril, su gobierno lanzó una iniciativa para investigar a fondo las causas del autismo. El resultado de esa investigación será dado a conocer, presumiblemente, este lunes.
Mientras tanto, fuentes cercanas a la Casa Blanca confirmaron que se emitirá una advertencia formal sobre el uso de Tylenol (acetaminofén) durante el embarazo, salvo en casos de fiebre. La hipótesis de una correlación entre este medicamento y el autismo está siendo estudiada por el Departamento de Salud.
Robert F. Kennedy Jr. y el factor ambiental
El secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr. , ha sido explícito: “Esto proviene de una toxina ambiental, y alguien se benefició al introducirla en nuestro aire, agua, medicamentos y alimentos”. La afirmación no es solo científica. Es también una denuncia moral. Y, como tal, exige coraje político.
Occidente ante su encrucijada civilizatoria
Las grandes naciones se definen no solo por su capacidad bélica o económica, sino por su disposición a proteger a los más vulnerables. Y en este caso, los más vulnerables son los niños. Trump ha decidido enfrentar, con su estilo inconfundible, un fenómeno que otros prefieren disfrazar de “diversidad neurocognitiva”.
Hay en este acto algo más profundo que un anuncio técnico. Hay una recuperación del ethos republicano: el deber de gobernar para el bien común, aun cuando eso implique molestar a los intereses instalados.
¿Ciencia o herejía médica?
Los medios tradicionales y ciertos sectores del establishment científico ya insinúan sus sospechas. Se habla de “politización de la ciencia”. Pero acaso la verdadera politización haya sido la omisión sistemática del problema. Lo que Trump propone —aún sin pruebas concluyentes— es abrir el debate que otros han clausurado.
Una batalla por la verdad
Este anuncio no resolverá de inmediato el dilema del autismo. Pero sí podría marcar un punto de inflexión: la vuelta del liderazgo político a los temas que realmente importan . Si la ciencia debe seguir investigando, que lo haga. Pero que no se convierta en dogma, ni mucho menos en excusa para la inacción.
Como en los tiempos de Pericles o de Lincoln, hay momentos en los que el Estado debe tomar decisiones impopulares en nombre de la verdad. Quizás estemos ante uno de esos momentos.