El presidente de EEUU y el primer ministro israelí han intentado exhibir poderío ante la Asamblea General de la ONU en sus respectivas batallas, pero apenas un puñado de países les acompañan en su deriva

Boicot a Netanyahu en la ONU: cientos de delegados abandonan la sala y le reciben entre abucheos

Donald Trump preside el país más poderoso del planeta. Y Benjamín Netanyahu está al frente del Ejército más potente de Oriente Próximo. Pero esa fuerza que exhiben y practican desde sus respectivos despachos contrasta con su soledad ante el mundo. Hasta tal punto están solos que cientos de delegados abandonaron entre abucheos la Asamblea General de la ONU cuando iba a tomar la palabra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Hasta tal punto no tienen amigos en el mundo que el discurso disruptivo y negacionista de Trump ante Naciones Unidas fue respondido por decenas de países dentro de la sala. Y por miles de personas que se manifestaban este viernes en las calles de Nueva York.

El presidente de EEUU y el primer ministro israelí han mostrado su alianza inquebrantable, fundamental para que Netanyahu pueda cumplir su amenaza en la Asamblea General. “Aún no hemos acabado”, dijo ante un plenario vacío. Y, en efecto, solo puede seguir adelante con el genocidio gracias al dinero, las armas y el apoyo político de Trump, mientras la Argentina de Javier Milei y la Hungría de Viktor Orbán siguen la estela como peones de la Internacional Reaccionaria liderada por la Casa Blanca.

Mientras Netanyahu es repudiado por gran parte de la comunidad internacional, se veía este jueves en Nueva York con Milei, quien pronunció un discurso profundamente seguidista con Trump en Naciones Unidas y ha anunciado que será recibido en la Casa Blanca por tercera vez desde el regreso de Donald Trump en los próximos días.

Tanto Trump como Netanyahu han acusado a los países que han reconocido el Estado palestino en los últimos meses, tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 de “premiar a los terroristas” –según el primero– y de “premiar a los asesinos de judíos” –según el segundo–.

Y es que esta semana la Asamblea de Naciones Unidas ha estado muy atravesada por el genocidio en Palestina, una de las más grandes heridas abiertas desde hace casi dos años. Así, arrancó con una conferencia internacional en la que el presidente francés, Emmanuel Macron, anunció el reconocimiento de Palestina, después de que lo hubieran hecho un día antes Reino Unido, Canadá, Australia, Bélgica o Portugal, entre otros.

Pero no sólo: el secretario general de la ONU, Antònio Guterres, abrió la 80 sesión de la Asamblea General pidiendo que se cumplan las órdenes de detención de la justicia internacional por genocidio y crímenes de guerra y lesa humanidad contra la cúpula de Hamás, pero, también, contra el primer ministro israelí y buena parte de su gabinete.

En efecto: Guterres estaba pidiendo que Netanyahu sea detenido. Un Netanyahu que se pasea libremente por Estados Unidos mientras la Casa Blanca no deja entrar en el país a los gobernantes palestinos y aprueba sanciones contra quienes intentan cumplir con las órdenes de la Corte Internacional de Justicia o toman medidas frente al genocidio israelí.

Así, EEUU ha aprobado sanciones contra la relatora de la ONU para los Territorios Ocupados, Francesca Albanese, y ha expresado su queja por el embargo de armas y combustible a Tel Aviv, lo que impide que barcos estadounidenses pasen por puertos españoles camino de Israel.

Negacionismo ultra de Trump

La soledad de Trump es total en relación con su complicidad con el genocidio israelí. Pero no solo. Esta semana en Naciones Unidas se han celebrado reuniones en relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y con la Declaración de Beijing por la igualdad de género, a las que se opone la Administración Trump. Pero, también, se ha celebrado una reunión de líderes progresistas mundiales, con Lula da Silva, Pedro Sánchez, Gabriel Boric y Gustavo Petro, entre otros, donde el economista Joseph Stiglitz leyó un manifiesto firmado por 43 premios Nobel en defensa de la democracia y en contra del trumpismo rampante.

Mientras dentro de la sede de Naciones Unidas se sucedían los discursos a favor del multilateralismo, un mundo regido por reglas y la necesidad de combatir el cambio climático, tanto dentro como fuera, Donald Trump declaraba y actuaba en sentido contrario al de la mayoría de los países del mundo.

Así, Trump afirmaba en la Asamblea General que el “cambio climático es la mayor estafa de la historia” y que los países europeos se estaban yendo “al infierno” por no aplicar sus políticas xenófobas en relación con la migración. Es más, Trump acusó a Naciones Unidas de financiar “la invasión” de migrantes, declaración que secundó Javier Milei, mientras el resto del mundo defendía el respeto a los derechos humanos, también de los migrantes.

Y fuera de los muros del edificio de Naciones Unidas, Trump aplicaba su discurso en una carrera hacia el estrechamiento de derechos, criticando la vuelta de Jimmy Kimmel a la ABC y anunciando que la cadena iba a ser investigada por ser “un brazo del Partido Demócrata”. Pero no solo: avanzaba en su estrategia de cooptar con la justicia y conseguía la imputación del ex director del FBI James Comey después de haber presionado para ello y cambiado a los fiscales hasta conseguir una – Lindsey Halligan, abogada de la Casa Blanca– que hiciera lo que él quería.

Pero no sólo. La guerra comercial de Trump con sus aranceles unilaterales, que defendió en su discurso y que aplaudió el ultraliberal Milei –sí, un ultraliberal apoyando barreras comerciales en una muestra más de sumisión ante Trump–, ha dado una vuelta de tuerca más con el anuncio de aranceles del 100% a los medicamentos y de otras cantidades para muebles de baño, de cocina, sofás y camiones.

“Los principios de las Naciones Unidas están bajo asedio”, decía Guterres en la Asamblea General, “los pilares de la paz y el progreso están tambaleándose bajo el peso de la impunidad, la desigualdad y la indiferencia; naciones soberanas se ven invadidas, el hambre se convierte en arma, la verdad se silencia, las ciudades bombardeadas ven cómo arden; el odio va en aumento en las sociedades fracturadas, los niveles del mar siguen aumentando hasta tragarse las costas: son alertas. ¿Qué tipo de mundo elegiremos? ¿Un mundo donde la fuerza ruda impere o un mundo de leyes? ¿Un mundo que solo piense en los intereses propios o un mundo en que las naciones trabajen juntas?, ¿Un mundo donde la fuerza impere o un mundo de derechos para todos?”

Y ese es el dilema ante el que se encuentra el mundo. Y, de momento, el sendero de Trump, fundamentado en la ley del más fuerte, del egoísmo –America First– y de la búsqueda de la sumisión en lugar de la cooperación, sólo está siendo secundado por quienes tienen una necesidad existencial de su favor –Netanyahu por las armas y el dinero para el genocidio; y Milei por el rescate del FMI y el apoyo político en un momento de gran contestación interna y magras expectativas electorales–. De momento, Trump y Netanyahu se encuentran en una ecolucente soledad en la ONU mientras avanzan con la agenda ultra y el genocidio en Gaza.

Eso sí, una soledad que se evidencia en los discursos alternativos de decenas de países, si bien los que de verdad han confrontado modelos han sido los países del sur global –una legión de países latinoamericanos, africanos y asiáticos han replicado directamente a Trump y han denunciado el genocidio en Gaza–, mientras que Europa ha evitado el choque con Trump, a excepción del Gobierno español –con una distancia que se ha ido profundizando desde la cumbre de la OTAN–.