El análisis sobre el conflicto entre Israel y palestinos suele ser un juego de trincheras. Cada parte ofrece su relato, sus certezas y sus cifras, y exige que el mundo adhiera a ellas sin matices.

Se exige un posicionamiento automático, absoluto y militante. No hay lugar como observador. Y, lo que es más importante, no hay lugar para el pacifismo.

Esta es parte de la explicación de por qué este conflicto parece eterno e insoluble, con ideas tan arraigadas e irreconciliables.

En cambio, poca gente decide sentarse con paciencia a analizar los hechos, en su totalidad y con el contexto completo, porque eso no sintonizaría de manera absoluta con sus narrativas: obligaría a admitir que algunos acontecimientos encajan con nuestra ideología, pero no sabríamos qué hacer con los que no.

Habría q

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