Y un día no hubo niños. Sin que nadie supiera por qué, no estaban.
Se los buscó en lugares habituales y después en rincones insólitos, pero no aparecieron. Ninguna pista de sus gritos ni de sus risas.
Es cierto, no había desorden; pero tampoco juegos, raspones ni curitas. El desparpajo aparecía a veces en algún adulto enajenado.
En las plazas comenzaron a sobrar hamacas; algunos vendedores de globos deambulaban con la mirada perdida. Comenzaba el silencio.
Las aulas se deterioraron rápidamente. Las paredes, descascaradas sin remedio, perdían olor escolar. En los pizarrones, trazos de tiza escritos por la última seño. Y por el suelo rodaban, a merced de un viento indolente, hojas con renglones vacíos.
No se oían berrinches. Nadie se quedaba de grado; ningún niño estaba en apuros.
Sin