
Joseph E. Stiglitz (1943, Indiana, Estados Unidos) llegó a Santander con ganas de hablar de libertad: del sentido de un término que trata de capitalizar la derecha y de la importancia de la libertad académica “que está siendo cuestionada en los Estados Unidos y en mi universidad, la de Columbia”. A su juicio, no es solo un privilegio de unos pocos, sino que es una parte esencial para los mecanismos de control de la sociedad. “Nos enfrentamos a una ardua batalla, probablemente la ganaremos”, proclamó optimista a pesar de todo.
El Premio Nobel de Economía es un personaje menudo, que muestra cierta agilidad a pesar de apoyarse en un bastón, de rostro simpático. Habla de manera tranquila, no necesita elevar el tono ni hacer inflexiones teatrales para expresarse con contundencia sobre asuntos actuales y polémicos. En Santander no rehuyó ninguna cuestión: afirmó con rotundidad que en Gaza se está produciendo un genocidio “tanto humano como académico”, alabó el “liderazgo increíble” del presidente español, Pedro Sánchez, tras su reciente intervención en la Universidad de Columbia, criticó que Donald Trump está convirtiendo el mercado “en un bazar donde todo vale” y denunció el miedo que hay en las universidades estadounidenses, sobre todo entre alumnos extranjeros que temen ser deportados.
Sin embargo, a pesar de lo atractivo de la cita, cualquier romería de verano en Cantabria reúne a más autoridades y políticos que la presencia en la capital del todo un Premio Nobel de Economía. La ceremonia de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), con la presencia del ministro Carlos Cuerpo, tuvo sonoras ausencias. Entre ellas, la de la propia presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga, que delegó la representación de su Ejecutivo en el consejero de Educación, Sergio Silva. Tampoco el responsable de Economía consideró pertinente escuchar en persona las lecciones del profesor de Columbia. Sí hubo, en cambio, representación de las universidades cántabras.
En la segunda fila le escuchaban algunas caras conocidas, como el empresario Sebastián Ceria, el matemático argentino que vendió su empresa dedicada al control de riesgos financieros por 850 millones de dólares y compró el Real Racing Club de Santander. Después de la ceremonia compartieron mesa y conversación antes del retorno del profesor a Bilbao, donde este lunes tiene agenda.
Cuando Stiglitz, un pensador comprometido con la justicia social, apareció en el salón, ya había protagonizado un encuentro previo con la prensa durante aproximadamente una hora. Estuvo amable y hablador. Destilando vitalidad. “No me habéis preguntado por los aranceles”, reprochó con cierta picardía a los periodistas, antes de lanzar su diagnóstico: “Son un auténtico desastre, pero lo que más me decepciona es la capitulación de Europa, que se hayan rendido a negociar con Trump”. “Si cede, eso supondría dejar de lado la soberanía de Europa”, vaticinó con contundencia.
En el discurso que pronunció en la ceremonia académica defendió “la misión esencial de la academia” y confesó que le emocionaba estar en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo después de los últimos sucesos en Estados Unidos: “Me reconforta muchísimo porque creo que el soft power de nuestras universidades es mucho más importante que el poder militar americano”. Según recordó, la universidad se dedica a defender el conocimiento “asegurándonos de que nuestra sociedad trabaja en beneficio de toda la humanidad y es fundamental mantener una red de conocimiento. Por eso los regímenes autoritarios siempre han atacado estas universidades”, apostilló.
El autor del libro 'Camino de libertad: la economía y la buena sociedad' opinó que “los que están en la derecha han hablado siempre de la libertad como si fuese suya, pero creo que no han entendido bien lo que significa esa libertad y al no hacerlo la han socavado”. Stiglitz explicó que no vemos autoritarismo en los países que han trabajado mucho por el bienestar. No se ve en los países más desarrollados de Europa, pero sí en los que ha habido muy poca intervención del Gobierno cuando no se ha ocupado de los que se quedan atrás, “de los que no tienen ni la salud ni la educación que merecen”.
La derecha ataca a las universidades porque no quieren oír hablar del pensamiento crítico
“Una persona que está muriéndose de hambre no tiene libertad, lo único que puede hacer es sobrevivir”, denunció el economista estadounidense. “Las universidades estamos aquí para reforzar esa libertad y dejar que los jóvenes la utilicen para ampliar sus potenciales, debemos liberarlos de las ideas que los limitan y que puedan pensar por sí mismos”, subrayó en su visita a la UIMP. En su opinión, esa es una de las razones por las que derecha ataca las universidades: no quieren que los jóvenes piensen por sí mismos, “no quieren oír hablar del pensamiento crítico”.
Stiglitz alertó también de que la libertad a veces se adquiere a expensas de la falta de libertad de otra persona. La libertad para cuidar el medio ambiente es que nosotros debemos de perder parte de nuestras libertades porque el planeta debe quedarse libre de contaminación. El Nobel ha enlazado esta cuestión con la pandemia, cuando algunas personas se resistían a llevar mascarilla o vacunarse porque restaba parte de su presunta libertad. “Pero eso ponía en riesgo la libertad de sus semejantes”.
Añadió otro ejemplo, el de quienes apelan a la libertad de llevar un arma frente a quienes no se sienten libres del miedo, por temor a que una persona armada irrumpa a tiros en su colegio. “La libertad de vivir es más importante que la libertad de llevar un arma”, afirmó. Por tanto, defendió la necesidad de hacer concesiones para llegar a acuerdos.
La segunda idea de potente de su discurso en Santander sirvió para destacar que a través de una acción colectiva se puede reformar la libertad de todos. Como sucedió durante la COVID: pagar impuestos ha permitido desarrollar vacunas. “Un ejemplo sencillo: un semáforo nos resta cierta libertad, ¿verdad? Nos hace parar cuando está en rojo, pero sin ellos nadie podría circular”, argumentó.
Joseph E. Stiglitz recibió el premio Nobel de Economía en 2001 por sus análisis de los mercados con información asimétrica, una contribución fundamental para comprender las fallas del mercado y sus implicaciones sociales. Desde ese año imparte clase en la Universidad de Columbia, donde fundó la 'Initiative for Policy Dialogue', un centro de pensamiento centrado en el desarrollo internacional.
En 2003 recibió el máximo honor académico de esa prestigiosa institución académica al ser nombrado 'University Professor', y, además, es conocido por su trabajo sobre economía de la información, desarrollo global y desigualdad, así como por su papel en instituciones académicas y multilaterales de alto nivel.
A lo largo de su carrera ha desempeñado puestos como economista jefe del Banco Mundial, asesor de gobiernos como el del presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, activista en el debate sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o miembro de la comisión que redefinió la medición del progreso social, entre otras plataformas destacadas.