No quedan dudan a esta altura de los acontecimientos del formidable peso político que ha alcanzado Donald Trump en la escena mundial. Los rasgos cambiantes y a menudo contradictorios de sus decisiones en cierto sentido subrayan ese peso: sus arbitrios pueden ser recibidos con reticencia pero en última instancia consiguen su cometido.
Es cierto que todavía no logró el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania, que prometía inminente una vez que hablara con Putin y Zelensky, pero allí lo que falló fue el pronóstico de los plazos y el diseño del objetivo, no su influencia, a la que ambos interlocutores muestran respeto. En estos momentos está intentando una empresa grandiosa y extremadamente desafiante: iniciar una nueva era de paz y cooperación en la región más convulsionada del planeta, el Me