La Habana . - El 30 de marzo de 2012, el empresario cubanoamericano Carlos Saladrigas, vestido con un impecable traje blanco, se bajó de un Audi gris y se dirigió a una de las salas del Seminario de San Carlos, ubicado en la zona antigua de La Habana. Saludó a los presentes, se acomodó las gafas y extrajo de una maleta su tableta Apple. En el salón había alrededor de 170 personas. Disidentes, exfuncionarios del régimen y un grupo de agentes de influencia del gobierno que intentaban vender una narrativa de cambio a raíz de las tímidas reformas aplicadas por el dictador Raúl Castro entre 2008 y 2011.
Bajo el mismo techo, en el cual la autocracia verde olivo en su fanatismo ideológico se niega a compartir con opositores, estaban Reinaldo Escobar, Yoani Sánchez, Manuel Cuesta Morúa y media d