Mafalda odiaba la sopa. No porque estuviera mal hecha, sino porque le sabía a obediencia. En ese plato humeante veía algo más que verduras cocidas: veía la docilidad cotidiana, el mandato disfrazado de cuidado. Su negativa —tan obstinada como lúcida— era un recordatorio de que lo que se nos presenta como “natural” suele ser lo más ideológico de todo.

En el extremo opuesto está la parábola de la rana hervida: el animal que, sumergido en agua fría que se calienta poco a poco, no percibe el peligro hasta que es demasiado tarde. Mientras Mafalda resiste, la rana se adapta. Una piensa, la otra se acostumbra. Entre ambas figuras se juega una dialéctica decisiva: la conciencia crítica frente a la comodidad que entumece.

Hoy esa dialéctica encuentra su escenario más sofisticado: el mundo digital

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