Mijaín López, el mito cubano de la lucha grecorromana, sonríe como un gigante travieso. Parece capaz de lanzar por los aires a cualquier persona que se sienta a su lado. Sus hermanos Misael y Michel, que practicaron remo y boxeo, intentaron animarlo a subir al ring, pero él nunca fue de dar golpes. Prefería dar apretones y tirar al suelo a sus rivales en la pequeña localidad de Herradura, en el oeste de la isla, donde quedan todavía personas que lo vieron descalzo, corriendo por las calles polvorientas detrás de animales y cargando cajas de frutas y vegetales. Allí comenzó a pelear, incluso antes de que un profesor de lucha lo descubriera a los ocho años.
La gente que rodea a Mijaín recuerda a ese niño fortachón, corpulento y grande, pero humilde y respetuoso. Aunque desde hace varios año