La historia de la deuda externa comienza a escribirse en 1824, con el infame empréstito de la Baring Brothers, un crédito por un valor millonario, del que el Estado argentino recibió poco más de la mitad, y casi nada en oro, que era lo que necesitaba para sanear sus arcas, sino en papeles de cambio que sólo podían utilizarse para comerciar con Gran Bretaña. Como garantía, se hipotecaron “todos los bienes, rentas y tierras” de la provincia de Buenos Aires. El dinero terminó solventando gastos comunes, la guerra con Brasil y una parte se volcó a una “comisión de entretenimiento de los fondos del empréstito” dedicada al derroche en forma de especulación financiera y corrupción del funcionariado del gobierno de Bernardino Rivadavia. En 1827, apenas tres años más tarde, fue el primer default.

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