Diane Keaton en la gala del American Film Institute en el que le entregaron el premio a toda una carrera. Tinseltown/Shutterstock

La-di-da, la-di-da, la la…”. Una expresión indeterminada cargada de sentido que marcó por completo uno de los personajes más icónicos del cine estadounidense de los 70: la excéntrica joven cantante Annie Hall.

Diane Keaton, fallecida el pasado sábado 11 de octubre a los 79 años, y que dio vida al personaje en el homónimo film dirigido por Woody Allen, recibió el Óscar a mejor actriz por este papel, lo que supuso el despegue y la consolidación de su carrera en la industria cinematográfica.

De Hall a Keaton

La carrera actoral de Keaton es un viaje fascinante entre la ironía nerviosa y la profunda intensidad emocional. Nacida como Diane Hall en 1946 en Los Ángeles, adoptó el apellido de soltera de su madre porque en el momento de registrar su nombre artístico descubrió que ya existía una Diane Hall. Tras comenzar en el teatro en Nueva York, en musicales como Hair, gradualmente trazó su camino en el séptimo arte desde su primera película, Lovers and Other Strangers (1970) de Cy Howard, hasta, con el paso del tiempo, consolidarse como una de las actrices más emblemáticas de su generación.

Aunque su papel como Kay Adams, mujer de Michael Corleone en El Padrino (1972) de Francis Ford Coppola, le daría visibilidad, su presencia en la pantalla emergió con rotunda nitidez gracias a su colaboración con Woody Allen.

La relación con Allen comenzó, como la propia Keaton afirma en sus memorias, en el otoño de 1968 cuando ella acudió a una audición para la obra de teatro Play It Again, Sam (Sueños de un seductor) y logró hacerse con el papel (que, posteriormente, repetiría en la gran pantalla). Desde entonces, se estableció una unión profesional que los llevó a trabajar juntos en producciones como El dormilón (1973), la ya citada y reconocida Annie Hall (1977), Interiores (1978) o Manhattan (1979), entre otras.

Un hombre de pantalón y camisa blanca y una mujer de pantalón beis, chaleco y corbata, hablan en una terraza.
Diane Keaton junto a Woody Allen en Annie Hall. IMDB

A lo largo de su carrera, que se prolongó más de medio siglo, Diane Keaton desarrolló una versatilidad indiscutible: comedias sofisticadas, dramas íntimos y personajes que transitaban la ligereza y la melancolía con igual convicción.

Participó en Rojos (1981) y La habitación de Marvin (1996), por las que también estuvo nominada al Óscar, además de El precio de la pasión (1988), Amelia Earhart: el vuelo final (1994), The First Wives Club (1996) o Something’s Gotta Give de la directora Nancy Meyers, entre muchísimas otras. Según afirmó la misma Keaton en su aparición en 2018 en los premios David di Donattello del cine italiano, esta última película –su cuarta nominación al Óscar– desatascó su carrera y renovó su presencia, otorgándole 20 años más de cine.

Su estilo como actriz se caracterizaba por una contención deliberada; muchas veces reprimía el gesto, la respiración, y otras sabía el modo justo de utilizar el histrionismo. Llenaba la pantalla con pequeñas inflexiones, tensiones internas y miradas que sostenían el fuera de campo, como la famosa escena final de El Padrino en la que Kay se percata de la realidad de la familia en la que acaba de entrar. Esta manera de actuar modulada le otorgó un sello personal difícil de imitar.

La mirada de Diane Keaton es la mirada del espectador al final de El Padrino.

Además de sus incursiones delante de la cámara, Keaton tuvo relación con el cine detrás de esta. Dirigió proyectos como Heaven (1987), un documental que también escribió, o Hanging Up (2000), protagonizada por ella misma, Meg Ryan y Lisa Kudrow. Asimismo, estuvo a cargo del decimoquinto capítulo, “Slaves and Masters”, de la segunda temporada de Twin Peaks, la serie creada por David Lynch.

La creación de un icono

Diane Keaton no solo habitó personajes, también creó una iconografía visible. Su estilo se convirtió en extensión de su aura artística, y con los años su propia imagen atravesó el mundo de la moda y la identidad visual.

Una mujer vestida con un chaqué y sombrero saluda fuera de cámara.
Diane Keaton en la gala de los premios Óscar de 2004. Featureflash Photo Agency/Shutterstock

Desde muy pronto la actriz desarrolló un interés especial por la ropa y una capacidad notoria para expresarse a través de ella. El 23 de junio de 2020 afirmaba en su perfil de Instagram que de joven tomaba patrones de algunas piezas y daba indicaciones a su madre sobre cómo quería que fueran.

En Annie Hall –donde la aportación personal de Keaton fue sustancial– quedó fijada esa estética aparentemente desaliñada: sombreros (bombines, boinas, fedoras), camisas de cuello alto, corbatas holgadas, chalecos, cinturones anchos y pantalones de talle alto. Aunque ya otras actrices como Marlene Dietrich o Katharine Hepburn habían llevado de manera icónica un traje, Diane Keaton lo convirtió en su sello personal.

De esta manera, Keaton legitimó su estilo como una declaración estética propia y creo así un discurso visual independiente, ajustado a su personalidad, y a modo de resistencia ante los estándares.

Un atlas de la memoria

Si algo amaba la actriz eran las imágenes, no solo como objeto pasivo sino como materia expresiva y como archivo emocional. Esto queda claro a través del cine, pero también a través de su interés en la composición de collages con fotografías familiares, recortes de revistas, objetos visuales que la interpelaban y le interesaban, etc.

En entrevistas, y también en sus memorias, expresó que aprendió de su madre a jugar con recortes, con combinaciones que desbordan narraciones íntimas. Entendía la práctica del collage como una forma de diálogo entre su memoria, sus obsesiones estéticas y su identidad.

En varias ocasiones a través de publicaciones en Instagram compartió y explicó sus composiciones en un enorme corcho de pared en el que creaba un verdadero atlas de imágenes que se relacionaban entre sí por estética, temática…

Diane Keaton fue un ser único, carismático y luminoso, cuya huella trasciende generaciones. Convirtió la naturalidad en arte, la excentricidad en autenticidad y la imagen en forma de pensamiento. Como han señalado estos días, consternadas por su perdida, figuras como Jane Fonda, Andy Garcia o Bette Midler, fue un rayo de luz en la cultura cinematográfica, una presencia que marcó la manera de mirar, vestir y sentir el cine.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Enrique Ramírez Guedes no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.