Cada año cuando se conoce los galardonados con el premio Nobel, se cierne casi de forma natural todo un debate ético, epistémico, científico y humanista en torno a la validez del premio, a las personas que lo otorgan y desde luego sobre quien lo recibí, esta vez no ha sido la excepción; lo que sí es evidente, pese a los múltiples partidarios y detractores, es que la entrega de estos premios por parte del comité noruego reconocen ante el mundo, personas o instituciones que hayan llevado a cabo investigaciones, descubrimientos o contribuciones notables a la humanidad en el año anterior o en el transcurso de sus actividades.

Ahora en Colombia, país desde donde se escribe esta columna de opinión, contamos con dos premios Nobel, el primero literario en 1982 que enarbolo a Gabo a lo más alto de

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