Una de las características de los gobiernos autocráticos es la de considerarse fundacionales. Todo lo que existía antes de ellos debe ser desechado, por inservible. Con ellos, la nación renace y, por lo tanto, la historia se reescribe a partir de la llegada al poder de la nueva elite. No importa que ellos se paren sobre lo construido, bien o mal, por las generaciones anteriores. El pasado queda convertido en un vacío. O, cuando mucho, es un bloque aplastado, oscuro y sin forma.
De ahí la pretensión que han tenido muchos para reescribir la historia y generar un mito de origen que sirva para justificar el estado de las cosas. De lo que se trata es de sacralizar y cristalizar el nuevo orden. Si no se sabe qué hubo antes, no hay manera para compararlo con lo que hay ahora.
Para reformular un