
En el corazón del valle de Liébana , a tan solo unos kilómetros de Potes, se despliega un paisaje verde y apacible , donde los prados, atravesados por el río Bullón, dibujan un escenario de naturaleza intacta . Por una carretera estrecha que serpentea entre montañas y caseríos , se llega a uno de los enclaves más sorprendentes de Cantabria: Piasca , un pueblo diminuto pero cargado de historia y arte.
Entre el rumor de los cencerros del ganado y el silencio que domina el entorno, emerge la iglesia de Santa María de Piasca , un templo románico imponente que, en medio de este paraje poco habitado, sorprende por su tamaño y majestuosidad . Su portón de piedra, decorado con figuras talladas, cuenta historias de hace siglos , cuando la fe y la vida cotidiana caminaban de la mano .
Una aldea a la sombra de su monasterio
Piasca, en la margen izquierda del Bullón, apenas cuenta con unas decenas de casas de piedra . Pertenece al municipio de Cabezón de Liébana y su población ronda los 60 habitantes . Sin embargo, su legado es mucho mayor. Los primeros registros del pueblo datan del siglo X , y desde entonces su historia está íntimamente ligada a un monasterio dúplice que albergaba tanto a monjes como a monjas, bajo la dirección de una abadesa llamada Aylo.
Durante siglos, la aldea y el monasterio formaron un todo indivisible , un pequeño foco espiritual y cultural que atrajo posesiones, tierras y respeto , insertándose en las grandes redes monásticas de la península.
Santa María la Real, joya del románico cántabro
De aquel monasterio hoy solo queda la iglesia , pero qué iglesia . Santa María la Real de Piasca , consagrada en 1172 , es uno de los mejores exponentes del románico en el norte de España , no solo por su arquitectura sino por la riqueza simbólica y expresiva de su escultura.
Su portada occidental , extraordinariamente rica, reúne cinco arquivoltas en las que desfilan guerreros, músicos, leones, dragones , e incluso un San Miguel venciendo al dragón , flanqueado por las figuras de la Virgen con el Niño, San Pedro y San Pablo . En su portada sur , más sencilla, se tallaron escenas de vida cotidiana medieval : herreros, copistas, músicos...
En el interior, los capiteles narran episodios bíblicos como la Epifanía y la Anunciación , y en el exterior, los canecillos —esas pequeñas ménsulas bajo el alero del tejado— presentan una galería de animales reales y fantásticos que parecen vigilar el valle desde hace siglos.
Declarada Monumento Nacional en 1930 , esta iglesia es mucho más que un ejemplo arquitectónico: es la memoria viva de un pueblo , testimonio de un pasado que, aunque remoto, todavía palpita en la piedra .
Piasca , con su iglesia escondida entre montañas, no es solo una visita para amantes del arte románico, sino un lugar donde el tiempo se detiene , donde cada piedra parece susurrar los ecos de una historia que no debe olvidarse.
En Cantabria, donde el mar y la montaña se abrazan , lugares como este nos recuerdan que la belleza más profunda suele esconderse en los rincones más remotos .