Ben Leonberg ha recurrido a su propia mascota, Indy, para ponerla a encabezar un extravagante filme de casas encantadas que ha sido una sensación en Internet
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Tras trabajar con animales antropomórficos parlantes en las seis temporadas de BoJack Horseman, Raphael Bob-Waksberg se pasó a los animales a secas en Rufus. Este relato venía incluido en la antología Alguien que te quiera con todas tus heridas que en España publicó Círculo de Tiza (2021), y pasa por ser de lo más brillante que haya escrito nunca este creador, hoy de actualidad nuevamente gracias a la serie de Netflix Long Story Short. El planteamiento de dicho relato es sencillo: meterse en la piel de un perro llamado Rufus, y describir a través de su mirada la relación con su dueño.
A poco que se tenga una mínima experiencia con las mascotas, Rufus es una bomba emocional. Bob-Waksberg imagina cómo podría percibir un perro el mundo alrededor a través de un entrañable monólogo interno, priorizando el flujo comunicativo con un humano al que llama “Monstruombre” y profesa una lealtad absoluta. “Monstruombre hace sonido ‘Rufus rufus rufus’ y me rasca el lomo y lo quiero. Lo quiero con todo mi ser. Lo quiero como si fuese parte de mí mismo”, leemos en él.
Una cosa tan insoportablemente bonita como para soslayar el interesante experimento narrativo que supone contar algo reconocible para el ser humano —Rufus narra el noviazgo y posterior ruptura del compañero del perro con alguien llamado “Altoyflaco”— desde la perspectiva de un animal fiel que, sin embargo, no entiende nada. Solo puede aspirar a hacerle compañía, y aguantar los repentinos cambios de humor de alguien que pasa por un mal momento. Una situación de lo más angustiosa. Pues el perrete sigue ahí, y entre la confusión de la que nos hace partícipes al miedo y la impotencia —queriendo ayudar al humano, no sabiendo cómo— podría haber escasos grados de separación.
Esta estrecha conexión de amor y desasosiego es muy sugerente y Ben Leonberg —quién sabe si tras leer fortuitamente el relato de Bob-Waksberg— ha querido introducirse de lleno en ella con su debut al cine. Good Boy ha llamado la atención de la cinefilia por ser una película de terror protagonizada por un perro, aunque lo auténticamente significativo de ella es que la inquietud que busca provocar emana de lo descrito: al compañero humano del perro de Good Boy le está pasando algo. Algo muy malo. Y este perro está dispuesto a todo con tal de ayudarle. Se llama Indy, como la mascota a la que Indiana Jones debe su nombre en la saga de Steven Spielberg. De entrada, todo vuelve a ser favorable a arrasar con nuestras reservas de lágrimas.
Cuestión de perspectiva
Indy es un adorable Retriever de Nueva Escocia que siempre ha estado en el centro de los planes de Leonberg para Good Boy. ¿Por qué? Porque es la mascota del propio Leonberg, y él no ha querido utilizar a ningún otro animal para rodar la película. Dentro de lo complicado que suele ser trabajar con animales en el cine, el responsable de Good Boy ha aumentado el desafío al prescindir de dobles para Indy o de animales amaestrados. Ha amoldado todo el proyecto a su perro, y como resultado Good Boy solo ha podido materializarse tras 400 días de rodaje en Nueva Jersey, rodaje extendido a varios años. El resultado apenas alcanza los 70 minutos de duración.
Las consecuencias de este sorprendente cúmulo de decisiones son evidentes en pantalla, más allá del carisma estelar de Indy. Se nota que la planificación está cuidada al milímetro y que Leonberg ha orquestado meticulosamente cada pequeño elemento, aspirando con ello a un conjunto compacto y que comunique algo a cada segundo. Nada está dejado al azar —la fotografía es estupenda—y todo aporta a una atmósfera particularísima, que no depende de una complicidad con el espectador dada por supuesta para calar. Good Boy es, en el mejor de los sentidos, una propuesta sólida. No es un clip de Instagram con el que disfrutar de un animal cualquiera haciendo monerías.
Solo que, quizá, es así exactamente cómo se le ha recibido en redes sociales. Good Boy ya se había presentado en festivales de cine como South by Southwest (donde ganó un reconocimiento a Mejor interpretación canina para Indy) y el Overlook Film Festival a principios de 2025, pero fue en el mes de agosto cuando verdaderamente la cinefilia se enteró de su existencia. Ocurrió gracias a la publicación del tráiler y a la revelación de su sinopsis. Mientras el avance iba sumando visualizaciones, en Google se registró un aumento inéditos de búsquedas con la pregunta de si moría el perro al final de la película. Ya había de dónde tirar para estructurar la promoción.
Lo que ha pasado entonces es que Shudder ha aumentado la cantidad de copias para cines y que en consecuencia Filmin también le ha dado una distribución mayor en España. Ciñéndonos a Shudder, lo de Good Boy dista de ser un fenómeno aislado. Este servicio de streaming especializado en terror empezó a producir sus propias películas alrededor de 2020 —suya fue otro pequeño fenómeno viral muy propio del escenario pandémico: Host, centrado en una llamada de Zoom que se desmadraba de forma espeluznante—, y progresivamente ha ido ganándose el respeto de los aficionados. Lo ha hecho con propuestas destinadas al culto como Skinamarink, El último late night o Slaxx.
Propuestas que, como ejemplifica inmejorablemente Slaxx —delicioso filme centrado en unos pantalones asesinos—, suelen estar abonadas al high concept: una sinopsis llamativa, casi burlesca, que llama instintivamente la curiosidad de cara a su ejecución. El último cine de terror parece asiduo, en este sentido, a experimentar con los “puntos de vista”: el Festival de Sitges de 2024 —en cuya última edición también se ha proyectado Good Boy— fue inaugurado con Presence de Steven Soderbergh, desarrollada enteramente desde la perspectiva de un fantasma. Y volviendo a Shudder, también dio qué hablar en 2024 De naturaleza violenta. Ahora, una película de terror desde el punto de vista de un psicópata. Lo de Indy en Good Boy apunta a rizar el rizo.
Con las tres películas citadas ocurre, sin embargo, que las ambiciones son más complejas que un mero truco de márketing. Siendo el título de Soderbergh el más flojo de los tres, Presence, De
naturaleza violenta y Good Boy comparten inquietud por brindarle nuevas imágenes al género. En el caso del slasher de Chris Nash —donde la idea no era tanto guarecerse en la piel del psicópata como probar a que el ritmo de sus sanguinarias andanzas definiera el filme— con una vocación ensayística. En el de Good Boy, reflexionar sobre el vínculo entre el humano y el animal doméstico.
Más allá de la viralidad
Sucede entonces que Good Boy es justo lo que parece: una película de terror con un perro como protagonista. Nada menos y, sobre todo, nada más: no conviene esperar guiños de ojo o derroches gore en la película de Leonberg, ni tan siquiera una sumisión al melodramatismo para conmover aprovechando la universalidad de nuestros sentimientos hacia los perros. Es cierto que Good Boy da comienzo con una sucesión de grabaciones en vídeo de la relación de Indy con su compañero —que no es otro que el propio director—, pero el filme no carga las tintas más allá de ahí.
Solo es una sobria contextualización de la vida en común del perro y el humano, que afrontará sus momentos más delicados en los minutos restantes. Mientras que Bob-Waksberg en Rufus recurría sin disimulo a la dramedia, a Leonberg solo le interesa la familiaridad del espectador en términos de acotar una sensación de normalidad, y luego ir contaminando progresivamente dicha normalidad.
El argumento de Good Boy se centra básicamente en un humano muy enfermo que decide mudarse con su perro a una cabaña en medio del bosque, donde según descubrimos muchos años antes falleció su abuelo en circunstancias extrañas. El abuelo, por cierto, es lo más parecido que tiene Good Boy a un nombre conocido, siendo Larry Fessenden un actor asiduo al cine de terror que además escribió el guion original del videojuego Until Dawn. Videojuego que saltó al cine este mismo año, presentando otra inhóspita cabaña en el bosque donde se sucedían los sustos. A un ritmo muchísimo más pirotécnico que en Good Boy, a decir verdad.