Ya desde los días previos al 17 de octubre de hace 80 años se incubaba un fenómeno que la política argentina desconocía hasta entonces. Y que estallaría con una fuerza volcánica hacia la medianoche de esa jornada. Tan novedoso era el mensaje naciente que aún no tenía nombre. Sin embargo, estaba pariendo ahí, a la vista de todos, en una Plaza de Mayo restallante, ante una multitud dispuesta a dejar constancia de su existencia.

Al anochecer nadie se movía un centímetro de sus lugares, pese a la fatiga acumulada en un día caluroso, húmedo y, sobre todo, prolongado. Entre las luces mortecinas de los faroles de la Plaza, algunas antorchas encendidas flameaban como si insinuaran el auspicio de un nuevo tiempo.

Con canciones ingenuas, improvisadas algunas, otras ensayadas a lo largo de la jor

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