Si hay un adjetivo que define con precisión al abogado José Emilio Rodríguez Menéndez es el de excesivo. El letrado, fallecido el pasado jueves , día de su 75 cumpleaños, fue toda su vida un personaje desmesurado que bordeó siempre la legalidad y la sobrepasó en no pocas ocasiones. Prepotente y sobreactuado cuando se ponía la toga, hizo de su profesión un escaparate que le convirtió en una socialité del mundo del hampa.

Lo conocí en la década de los 80 del siglo pasado, cuando yo iniciaba mi carrera profesional en el diario Ya como periodista de Sucesos y él era el asesor legal del entonces mayoritario Sindicato Profesional de Policía (SPP). Su entonces secretario general, Manuel Novás, fue detenido por varios compañeros de su ejecutiva acusado de apropiarse de 14 millones de las antiguas pesetas procedentes de la publicidad de la revista del sindicato, Policía del Estado, en una polémica operación a la que el letrado no fue ajeno.

Aquella fue su década prodigiosa, la que le llevó a las primeras páginas de los diarios como letrado en los casos criminales más mediáticos, siempre del lado de los acusados, por lo general casos perdidos. De aquella época es su defensa de Nieves Soldevilla, la Dulce Neus , condenada a 28 años de prisión por instigar a sus hijos a matar a su padre, un hombre tiránico que tenía sometida a la familia. Rodríguez Menéndez, que la defendió sin éxito en los tribunales, organizó también su fuga en 1986 aprovechando que su clienta disfrutaba del tercer grado penitenciario, en un ejercicio publicitario que llegó al extremo de que la revista Interviú la fotografiara desnuda –previo pago– en su escondite de un país sudamericano.

También huyó, en su caso a Brasil, otro de sus clientes, Dionisio Rodríguez, el Dioni, un vigilante de seguridad que en 1989 desvalijó el furgón blindado en el que transportaba 298 millones de pesetas. Tras ser extraditado a España y cumplir condena terminó convertido en tertuliano televisivo y actor porno.

Pasar en aquella época por el despacho que tenía en la calle Orense de Madrid era introducirse en un mundo surrealista. Allí convivían en perfecta armonía delincuentes de medio pelo, policías suspendidos de empleo y sueldo a los que daba trabajo, y letrados que iniciaban su carrera profesional y tenían prisa por alcanzar el protagonismo público de su mentor.

Nuestro hombre descendió también a las cloacas del Estado como abogado de Juan José Rodríguez Díaz, el Francés , un delincuente común acusado de vender las armas con las que un comando de los GAL asesinó en 1984 al dirigente de Herri Batasuna (HB) Santiago Brouard en su consulta de pediatría en Bilbao. Pero el caso más mediático y polémico de su carrera fue la defensa de varios agentes de la denominada mafia policial, integrada por agentes del grupo Antiatracos de la Brigada Regional de Policía Judicial de Madrid responsables, entre otros delitos, de la desaparición en 1983 de un delincuente común, Santiago Corella, el Nani .

Produce pasmo repasar la encendida defensa que hizo de los policías en la vista oral celebrada en la Audiencia Provincial de Madrid y, años después, verle contar ante las cámaras de RTVE, en el documental Pacto de Silencio , cómo la noche de la “desaparición” los agentes le llamaron para que se personara con urgencia en las dependencias de la brigada en la puerta del Sol. Allí le mostraron el cadáver de el Nani y le consultaron qué creía él que debían hacer. El letrado cuenta que les recomendó dar cuenta al juez de guardia. Los agentes declinaron su propuesta y decidieron deshacerse del cadáver simulando una fuga. Él, dice, se desentendió del tema y se volvió a casa. El paradero del primer desaparecido de nuestra democracia sigue siendo hoy, 42 años después, un misterio. 

José Emilio Rodríguez Menéndez fue también un personaje de vodevil, aunque su vida no haya sido una comedia frívola. Casado en cuatro ocasiones, en junio de 1999 sobrevivió a los disparos de un sicario contratado por la que entonces era su esposa. Años después dio con sus huesos en prisión tras ser condenado a un puñado de años por delitos contra la Hacienda Pública, contra la intimidad y estafa. Como años antes había recomendado a sus clientes, en 2008 aprovechó un permiso penitenciario para huir a Argentina, de donde no regresó hasta que sus penas hubieron prescrito.

Su forma de entender la abogacía, rayana con el delito, representa una época en la que un puñado de letrados competieron por hacerse un hueco en las portadas de los medios de comunicación a cambio del secreto de los sumarios en los que estaban personados, más preocupados por ellos mismos que por los clientes a los que decían defender.