Vamos a comenzar por el final. El fin del mundo para Peter Thiel es el estancamiento, algo que percibe aún más peligroso que el Armagedón. El estancamiento económico, reflexiona, es el Anticristo y esto es, a su juicio, lo que hoy representa Europa. También le pone nombre de mujer: Greta Thunberg.

Cuando Thiel argumenta ralentiza los conceptos como si midiera el peso de las palabras en la reacción de su interlocutor. No duda, otea. No arriesga, administra las frases pero el lenguaje de su cuerpo lo traiciona y refleja el movimiento de cada pensamiento. Cuando Ross Douthat, en su podcast del Times , le pregunta por el control que ejerce Dios sobre la historia, Thiel, un profundo religioso, se agita e incómodo, interroga a su vez a Douthat, interesado en saber si está convirtiendo a Dios en un chivo expiatorio. Esto lo aprendió con René Girard. 

Hay que recordar que Thiel está considerado uno de los intelectuales más influyentes de la derecha de las últimas dos décadas. Alguien que observa que la historia vivió entre la Revolución Francesa y el Mayo del 68 una verdadera aceleración y que en los últimos cincuenta años está simplemente detenida: no pasa nada. Por supuesto que estas efemérides no son las que usa él, ya que los acontecimientos mencionados le producen irritación: prefiere señalar la llegada del hombre a la Luna como el final del crecimiento y la masacre de Charles Mason como el triunfo de los hippies y la madre de nuestra decadencia. 

Jean Didion percibió en aquel momento que el centro cedía, según cuenta en una crónica de Arrastrarse a Belén y en El álbum blanco , donde vibran los ecos entonces recientes de la masacre del clan Mason. Quizás ha muerto sin saber que un cryptobro , vecino de Los Ángeles, vio también allí un quiebre, pero que, muy lejos de ella, propone disolver el mundo como plan de restauración. 

¿Qué hace un magnate del Silicon Valley teorizando y liderando el supremacismo tecnológico desde la trastienda del gobierno de Donald Trump? Repetir lo que hacía en sus años de estudiante en el campus universitario cuando asumió el rol de intelectual hiperagresivo y fundó la revista conservadora The Stanford Review desde donde combatía, aun siendo gay, los planteos a favor de la diversidad. En aquellos años, señala Max Chafkin, autor de The Contrarian , una biografía no autorizada, que Thiel era también un defensor del apartheid porque, argumentaba, había permitido el alto desarrollo de Sudáfrica en comparación con los demás países africanos. Su padre fue ingeniero de minas en Namibia y el pequeño Peter crecía en una reserva de población blanca entre comodidades que contrastaban con las condiciones de vida esclavizantes de los trabajadores negros bajo las órdenes de su progenitor. Thiel nunca miró el mundo desde un costado. 

En Stanford conoce al pensador francés Rene Girard e inmediatamente se integra a su grupo de estudio. Girard es autor de la teoría mimética que postula que los deseos humanos no son innatos, sino que se forman a partir de la imitación de los demás. Aquello que moviliza al sujeto, sostiene, es la competencia con otro para obtener el objeto que desea: deseamos lo que desea el otro, le imitamos, lo cual nos lleva al enfrentamiento. Cuando la disputa pasa de lo personal a lo colectivo, hace falta un chivo expiatorio para resolver el proceso. Cristo, quizás, sea el más célebre.

Cuando años después se cruza con Mark Zuckerberg, quien le pide apoyo económico para su plataforma, Thiel atiende el hecho de que Facebook comenzó como Facemash en Harvard, que permitía a los estudiantes comparar sus fotos y elegir, es decir, desear, y expresarlo con un «me gusta» entrando en una competición virtual. El modelo le pareció un ejercicio práctico de la teoría de Girard. Esa epifanía le ha permitido ser actualmente socio accionarial de Meta. 

Si bien Thiel se considera un discípulo de Girard, solo ha tomado de su sistema de pensamiento aquello que le permite proyectar el suyo. 

En 2004 Thiel establece claramente su punto de mira al pronunciar una conferencia ampliamente difundida y que sigue siendo el eje de su narrativa, El Momento Straussiano , en la que sostiene que los ideales liberales de la Ilustración —tanto el racionalismo como los derechos individuales y una economía consecuente con esos valores– son insuficientes para hacer frente a los peligros que plantean los adversarios impulsados por ideologías como la ley musulmana.

Thiel sigue ahora al filósofo clasista Leo Strauss, quien sostenía que la modernidad y la Ilustración erosionaron los mitos fundacionales que unificaban las sociedades. Plantea, entonces, un encuadre político que funcione al margen de los controles y equilibrios de la democracia representativa; un marco excepcional controlado por una vanguardia elitista que opere en la sombra, sin el lastre de la supervisión democrática. La sociedad necesita riesgo y disrupción, sostiene Thiel. Trump es riesgo y disrupción; el movimiento MAGA representa esos valores.

Peter Thiel habla durante el día de cierre de la Convención Nacional Republicana 2016, en el Quicken Loans Arena de Cleveland, Ohio.

¿Por dónde empezar?  El peligro chino, el ambientalismo y la ley islámica son los obstáculos que hay que vencer. Thiel considera que en Europa el ambientalismo es una ideología que relativiza “la toma del poder comunista chino” y la ley islámica. El ambientalismo podría crear un estado totalitario mundial, afirma: “el poder verde es muy fuerte”. Esto configura el estancamiento total, según él, que llevaría al mundo a una especie de pueblos escandinavos en decrecimiento, que “tal vez serían como Corea del Norte; algo tremendamente opresivo”. 

Hay que tener en cuenta que quien dice esto, además de intelectual es un escualo financiero capaz de desplazar a Elon Musk de la dirección de PayPal mientras el dueño de X estaba de luna de miel en Australia y fundar con ese gesto una leyenda en Silicon Valey: la “PayPal Mafia” un sistema de networking con enlace a todos los estamentos del Silicon Valley y el poder de Washington. En el número de noviembre de 2007 la revista Fortune dedicó un amplio reportaje a este grupo integrado por Thiel y una docena más de emprendedores que en su día formaron el equipo de PayPal y, luego, su carrera los llevó a fundar o formar parte de la dirección de Linkedin, Palantir, Affrim, Slide, Kiva, YouTube, Yelp y Yammer, entre otras compañías. La imagen central del reportaje, a doble página, muestra al grupo sentado en varias mesas de un bar, en una escenografía reconocible en las películas de Scorsese o en cualquier capítulo de Los Soprano , en la que la docena de amigos mira a cámara y en un lugar central, el sitio reservado para el padrino, lo ocupa, obvio, Thiel. 

Cuando vende PayPal, funda Palatir y comienza la cruzada. La compañía nace ante un impulso de Thiel tras el atentado del 11 de septiembre al sentirse, según apunta Mark Chafkin, «consumido por la amenaza del terrorismo islámico» y escéptico «respecto a la inmigración y todas las demás formas de globalización». René Girard, después del ataque las torres gemelas, declara : «Lo que todavía necesitamos en la era posterior al 11-S es una ideología más razonable y renovada del liberalismo y el progreso». Thiel estaba bailando un vals de Strauss. 

Palantir es hoy una mega compañía de espionaje que trabaja con la CIA, los estados federales a quienes ayuda a vigilar a sus ciudadanos y durante todos estos años ha hecho contratos con la práctica mayoría de los estamentos de seguridad de los Estados Unidos, incluida la propia CIA, el FBI y la NSA. Palantir también está en Oriente Medio donde colabora con las fuerzas israelíes para identificar objetivos en Gaza . Es bueno ser cryptobro , pero mejor es ser el Gran Hermano. 

El poder de Thiel en la administración Trump se extiende a través de J. D. Vance, nada menos que el vicepresidente y a todas luces, el hombre señalado a encabezar en un futuro el plan del supremacismo tecnológico. 

Thiel conoció a Vance en Yale cuando fue a participar en un encuentro académico y Vance, rápidamente se sintió atraído por el magnate tecnológico y su planteamiento filosófico: es a través del sistema de René Girard que Vance se convierte al catolicismo y, además, converge con la visión de Thiel en la que los jóvenes tienen que crear de manera vertical, disruptiva y no competir absurdamente por un lugar en la línea de montaje del Silicon Valley, tal como plantea en su libro De Cero a Uno . No está de más recordar que Thiel incentiva a los jóvenes con ayudas económicas para que abandonen la universidad y se sumerjan en su propio emprendimiento. Con su talento y la ayuda económica de Thiel, Vance fue elegido senador por Ohio y dos años después, es el número dos del Gobierno de los Estados Unidos. 

Hubo un tiempo en el que Thiel estaba interesado en el seasteading , la construcción de ciudades artificiales en aguas internacionales, una suerte de estados portátiles en medio del océano. También ha comprado tierras en Nueva Zelanda y, según le dijo a Elon Musk, en el caso de que Trump hubiera perdido las elecciones ese hubiera sido su destino. Claro que, aunque el plan está en marcha, siempre hay imponderables que lo pueden hacer fallar. Si eso ocurre, además de una isla libertaria o la granja neozelandesa, también podrá contar algún día con una casa en Marte, zona liberada por Elon Musk, quien, a pesar de todo, no le guarda rencor. Quedan pocos así.