Pretender interpretar, desde las democracias occidentales de hoy, la complejidad de la figura de Largo Caballero en los convulsos acontecimientos mundiales de los años treinta para denigrar su figura, como hace el alcalde Martínez-Almeida, es una intencionada manipulación de la historia para volver a justificar el golpe militar y la dictadura

El Gobierno de Almeida repone obligado por la Justicia la placa de Largo Caballero que destruyó a martillazos

El Ayuntamiento de Madrid se ha visto forzado por los tribunales a reponer la placa en homenaje a Francisco Largo Caballero en el frente del edificio de la Junta Municipal de Distrito de Chamberí, tras haber sido arrancada a martillazos y rota en ejecución del ilegal acuerdo del pleno del Ayuntamiento de 29 de septiembre 2020. Acuerdo en el que PP y Ciudadanos apoyaron una iniciativa de Vox de retirar los nombres de Largo Caballero e Indalecio Prieto de las calles que tienen dedicadas en Madrid, así como la referida placa dedicada al histórico líder sindical. Por cierto, la reposición no lo ha sido en su integridad, sino que una parte de la misma ha sido sustituida por una copia o sucedáneo, por lo que tanto UGT como la Fundación Francisco largo Caballero seguiremos reclamando su reposición íntegra.

A la vez que se reponía parcialmente la placa por imposición judicial, el alcalde Martínez Almeida ha hecho unas lamentables declaraciones ante el propio Pleno municipal, seguidas más tarde por su vicealcaldesa, denigrando la figura y la memoria de Largo Caballero, con contenidos que muestran el absoluto desconocimiento de nuestra historia reciente y la asunción del relato franquista que justificó el golpe militar y la dictadura, que parecía olvidado, así como el odio que una parte de la derecha española tiene a los dirigentes socialistas, de entonces y de ahora.

Contrasta aún más esta actitud de Almeida comparada con la que en el pasado reciente tuvieron las derechas en el propio Ayuntamiento de Madrid.

En efecto, la colocación de una placa en homenaje a Largo Caballero en la Plaza de Chamberí en marzo de 1981 fue una iniciativa de un concejal de la extinta UCD, Carlos Alonso de Velasco, aprobada por unanimidad. El bulevar a nombre de Indalecio Prieto fue acordado también por unanimidad en 1995 a propuesta de José María Álvarez del Manzano, alcalde del PP, quien ha expresado públicamente que la hizo con una finalidad de “concordia y entendimiento”.

Y la calle a nombre de Largo Caballero se aprobó ya en 1985 siendo alcalde Enrique Tierno Galván, en reconocimiento y memoria de quien fue concejal del Ayuntamiento de Madrid, líder ugetista y Presidente del Consejo de Ministros durante la II República. Unos años antes, en abril de 1978, habían sido trasladados a Madrid desde París los restos de Largo Caballero, siendo acompañados por medio millón de madrileños que le honraron como defensor de los trabajadores y republicano y demócrata ejemplar. Se evocaba allí a Caballero “como símbolo máximo en el que concurren la militancia sindical permanente e indomable y el republicanismo”, en palabras de Gómez Llorente. Todo lo que la actual derecha del Ayuntamiento de Madrid ha pretendido olvidar y borrar.

En el texto que leyó el alcalde Almeida con el objetivo de denigrar la figura de Caballero se afirma que era “un totalitario que se vanagloriaba de llamarse el Lenin español” y que “tenía las manos manchadas de sangre”. La historiografía más rigurosa ha demostrado con claridad y rigor, con base en múltiples datos, todo lo contrario.

Largo Caballero fue un socialista de larga trayectoria, un “obrero consciente” de convicción pablista, austero y de moralidad a veces intransigente, “el hombre más representativo de su clase”. Nunca fue criptocomunista ni criptobolchevique y por supuesto tampoco el “Lenin español” ni menos aún se llamó nunca él mismo con ese epíteto. Como han puesto de manifiesto los autores que más y mejor han profundizado en su compleja figura, entre ellos Julio Aróstegui, Largo Caballero rechazó esa denominación, que atribuía a sus enemigos que con ella pretendían difamarle, pidiendo a los suyos que no les imitaran.

Fue en cinco ocasiones concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid y, desde 1918, secretario general de la UGT, líder de un sindicato de masas con un claro sentido reformista, frente a otras opciones abiertamente revolucionarias. Ministro de Trabajo en el primer Gobierno de la República, encabezó un ambicioso proyecto reformista, con leyes como las de Contrato de Trabajo, Jurados Mixtos, Colocación Obrera, Asociaciones Profesionales -la regulación de la libertad sindical- y otras muchas, que sentaron las bases del moderno Derecho del Trabajo en España.

Como presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra desde septiembre de 1936, se enfrentó al golpe militar para defender la legalidad constitucional, y, frente a lo que afirma el alcalde Almeida, su actuación fue decisiva para la recuperación del control de la autoridad del Estado y para la progresiva desaparición de los actos indiscriminados de represión en retaguardia que se habían producido durante los primeros meses de la guerra por grupos incontrolados. A tal fin, entre otras medidas, se publicaron las órdenes del Ministerio de la Gobernación sobre “Registros domiciliarios” y “Detenciones” en octubre de 1936, para controlar las actividades arbitrarias que hasta entonces habían desarrollado las organizaciones revolucionarias, devolviendo progresivamente el orden a la población.

Largo Caballero fue un decidido defensor de la Constitución republicana, que, afirmó, “otorga al pueblo la plenitud del poder político y que el pueblo defenderá por todos los medios si alguien, individuo partido o clase social, tiene la mala ocurrencia de querer arrebatársela”. Las frases que el alcalde Almeida ha extractado, descontextualizándolas y privándolas de su sentido y su contexto histórico, hacen una tergiversación malintencionada de su verdadera esencia, enmarcada en el destructivo ascenso del fascismo en Europa y en España en la década de los años treinta, que llevó al mundo a los peores momentos de su historia contemporánea. Y es en ese contexto en el que Caballero, como la gran mayoría de las organizaciones sindicales de matriz socialista de la época, radicalizó su discurso en defensa de la amenazada clase obrera y sus representantes.

Pretender interpretar noventa años después, desde la situación de las democracias occidentales de hoy, la complejidad de la figura de Largo Caballero en el seno de los convulsos acontecimientos mundiales de los años treinta para denigrar su figura, es una intencionada manipulación de la historia para volver a justificar el golpe militar y la dictadura. Paradigma de ciudadano comprometido con la democracia, la libertad, la igualdad y la causa obrera, vivió por ello un amargo destino en el exilio, provocado por la dictadura franquista, pasó casi dos años en un campo de concentración nazi y murió lejos de nuestro país, en el exilio, defendiendo su propuesta de una transición pacífica y sin revanchas y clamando al final de sus días: “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”.

Es probablemente inútil instar al alcalde Almeida a que, como sí hicieron sus antecesores, preserve y respete la figura de Francisco Largo Caballero y no blanquee el golpe militar y el franquismo. Pero para la sociedad española recordar la honradez y ejemplaridad de Largo Caballero es un deber de memoria, a la vez que un derecho al que no vamos a renunciar.