Mis amigos solo hablan de dinero: de cómo ganarlo, conservarlo, manipularlo, y no los aguanto más. Estamos en edad de heredar cosas de los abuelos y yo, jajajá, sorpresa, no tengo nada que heredar más que la letanía de alopecia de un abuelo al que ni siquiera llegué a conocer
En mi mundo todo es provisional; un hospital de campaña existencial. Estoy tratando de ponerle remedio y entremedias he descubierto que tengo una caries. No lo he descubierto yo, ha sido mi dentista, un tipo absolutamente gilipollas y maleducado que me ha cobrado cuarenta euros por eso y por una sesión de tortura medieval llamada tartrectomía; que no deja de ser una simple limpieza bucal, pero llamada de esta forma se hace más melodramática. Supongo que en el fondo estoy escribiendo esto para recuperar el dinero y hacer de paso la compra para un par de semanas y comprar tabaco y todavía me quedaría algo suelto para dejar pagado el gimnasio y un par de cosas más, pero tengo que ganar ese dinero pensando en que, en mi mundo, todo es provisional.
Ahorro pensando en que ahorrar es no desperdiciar, en lugar de pensar que es privarse de casi todo, pero parece no ser suficiente porque llego justo a fin de mes todos los meses y al final me niego a claudicar y a privarme de nada. Mis amigos solo hablan de dinero: de cómo ganarlo, conservarlo, manipularlo, utilizarlo correctamente, administrarlo y de cuál es la mejor manera de disfrutarlo y no los aguanto más. Estamos en edad de heredar cosas de los abuelos y yo, jajajá, sorpresa, no tengo nada que heredar más que la letanía de alopecia de un abuelo al que ni siquiera llegué a conocer. Claro que sí. Solo me queda rebozarme en mi esfuerzo con la simpática hosquedad con que un perro menea el rabo. Por eso digo que estoy tratando de poner remedio a la provisionalidad con la que me desenvuelvo en la vida. En casi todo.
Hace unas semanas me las vi y me las deseé para subir una montaña -un montículo, un setecientos, un ridículo de la orografía, imagina qué vergüenza- porque tengo los pulmones como un minero de la era victoriana y también he decidido que no me apetece morir joven. Ni pobre ni joven; viejo y tranquilo y guapo es la meta. Así que cumplo como buen recién estrenado treintañero y me apunto al gimnasio en serio. En serio quiere decir que me apunto a otro gimnasio al que esta vez sí voy a ir. Ya pagaba la cuota de otro al que iba de uvas a peras a hacer sparring con un búlgaro que se llama Metodi, que se llamará de esta búlgara manera porque me mete de hostias como si fuera un sagrario.
Echo de menos a Metodi cuando pienso en Juan del Val y en el millón de euros que acaba de ganar escribiendo oraciones unimembres y ontológicamente huecas como “movimiento circular hacia el mismo sitio” (que si, como decía Heidegger, el lenguaje es la casa del ser, lo de este tío es una chabola semántica con vistas al vertedero del pensamiento humano). Pienso en ello mientras pienso en que, desde hoy y hasta nuevo aviso, dejo de ser periodista en la Región de Murcia porque no me merece la pena seguir jugándome el pellejo para no poder pagar mis facturas. Porque mientras mi foto circula en grupos de Telegram de nazis, hay anónimas pagando nóminas y yo tengo que echarme a la espalda todas las mañanas la carpeta de una ONG en la que he empezado a trabajar, igual que hacía a los veinte años, haciendo socios en la calle. Mientras espero un contrato que nunca llega y soy más consciente de que cada vez que suena el despertador el tiempo deja de ser mío.
Ahora hago ejercicio y tengo un trabajo más o menos normal. Llevo bien la adaptación, porque pese a fumar como si mañana fuera ilegal tengo una genética muy agradecida con el deporte, y más allá de mis torpezas y mis deslindes con las mancuernas y los ejercicios de tríceps estoy empezando a notar el buen hacer de la dopamina y las endorfinas y todas esas drogas caseras que fabrica el organismo para incentivar que lo cuidemos. En el fondo -aunque no lo diga cuando me niego un pitillo ni cuando sudo sobre la cinta- sé que todo esto va de otra cosa. Va de que entreno porque quiero llegar entero al futuro; de que cada respiración más limpia, cada músculo que vuelve a despertar, es una forma torpe y animal de decir que quiero quedarme; que quiero estar bien solo por el placer de seguir aquí viendo cómo los días pasan y aún me pertenecen un poco. Va de que solo quiero estar bien para que cuando me pregunte mi abuela cómo estoy no tener que mentirle y decirle que gano bien y que me tratan mejor; de que a veces hay que asumir que una de las mejores cosas que tiene la vida es poder fascinarte por la existencia de una persona y no me da la gana perderme eso por esta caries y todas estas precariedades.