
“En Suecia, te cuesta casi más la entrega que la pizza”, me cuenta un amigo que vive allí. Es razonable que sea así. El trabajo se debe pagar por lo que cuesta, no solo por el mínimo que el más pobre esté dispuesto a aceptar. Da para ley universal: las sociedades donde los empleos precarios están mejor remunerados son también las más avanzadas. El tipo de país donde me gustaría vivir.
Piensa en los repartidores de pizza. Pero no solo: en las limpiadoras, en los de la vendimia, en los mozos de almacén… En todos aquellos empleos por los que nadie tiene nunca vocación, que apenas necesitan formación y existen porque el modelo productivo los ha dibujado así. Fueron esclavos. Después, siervos. Y hoy el sueldo de esos trabajos que nadie quiere es donde se mide la dignidad de una nación.