El 12 de octubre, durante el desfile de la Fiesta Nacional, toda España ha podido contemplar, atónita, cómo el gobierno -ese mismo que solo representa a 179 de los casi 49 millones de ciudadanos- ha profanado el símbolo patrio cambiando los colores del humo de la formación de aviones Mirlo por el morado de Podemos y el marroncillo del disimulo.

Una afrenta deliberada, una provocación cromática que marca la rendición del Estado ante la ideología y la manipulación sectaria.

Mientras tanto, el ciudadano Felipe, ese que ya no actúa como rey sino como subordinado del poder que le sostiene, luce orgulloso su pin de la ruinosa Agenda 2030.

Ciudadano Felipe "el subordinado", el mismo que expulsó a su propio padre de España obedeciendo órdenes políticas para él quedarse a mamonear y vaguear

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