Por: Jennifer Zamorano Rosas
En un lugar del semi desierto, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un varón de gentil condición y ánimo resplandeciente, conocido por la gente como Rigo, el de las paletas, por ser merced de dulzura y alivio. Con más corazón que fortuna, el hombre salía cada jornada al ardor del mediodía, como caballero andante que busca honra y aventura, pero no iba con lanza ni adarga antigua, sino con carro de paletas, sombrilla por estandarte y campanilla por clarín.
Su carro no era de este planeta, sino galeón encantado que surcaba mares de adoquines y polvo, con la sombrilla por vela que lo libraba del fuego del astro rey. Y cuando, con tono cantarín, decía “¿Qué vas a llevar, güera?”, resonaba su voz como canto de sirena, que no llevaba al naufragi