Se llevó todo lo que tenía, que no cabía en arcones, baúles o valijas: cabía en su cerebro, era su conocimiento, su chispa de genio, su audacia, su humor y su ingenio, su agudeza. Era ya el científico más famoso del mundo , el tipo que en 1905 y apenas a sus veintiséis años, había dado vuelta como un guante los rígidos conceptos de espacio, tiempo, masa, energía y luz, había bautizado su pensamiento como Teoría de la Relatividad General y había cambiado para siempre el mundo, la ciencia y el futuro.

Ahora, en cambio, a sus cincuenta y cinco años, debía dejar para siempre su tierra y su continente, había nacido en Ulm, Alemania, porque su tierra lo perseguía por ser judío y su continente afilaba sus garras para una guerra , infernal en la que Einstein tendría un rol decisivo. El 17 de

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