CIUDAD DE MÉXICO.- Hay personas que nunca llegan tarde. Son quienes revisan el reloj antes de salir, calculan el tráfico y prefieren esperar en silencio a hacer esperar a otros. Su puntualidad no es solo una costumbre, sino una forma de vivir. Históricamente, ser puntual ha sido señal de respeto y disciplina. Cumplir con los horarios demuestra responsabilidad y compromiso, cualidades que la sociedad valora.

Sin embargo, cuando el reloj se convierte en un límite rígido, esa virtud puede volverse una prisión invisible. No siempre se trata de organización; a veces, detrás de la puntualidad extrema hay una necesidad emocional que influye en la vida diaria.

Ansiedad y necesidad de control

Para muchas personas, llegar con antelación no es una elección consciente, sino una forma de reducir la

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