Con los sentidos atentos al rescate mental de dos décadas, sesenta y setenta del siglo pasado en la capital del Reino de León, aún podemos atrapar no sin cierta dificultad algunos sonidos y aromas que definían, glosando a don Miguel de Unamuno, «país, paisaje y paisanaje». Ante la mirada de cualquier transeúnte sobresalía la presencia de curas y religiosas que con sus sotanas deambulaban por nuestras calles junto al repique incesante de campanas, además del olor a velas con ribetes de incienso. También se hacía presente, con terquedad cuasi ritual, la bocina del tren en las cercanías de la estación, ergo tanta insistencia sonora resultaba sorprendente pues era como si la locomotora quisiera recordar su presencia a todo el vecindario. Y, en paralelo, el «rim rim» de las bicicletas y el tufo
In illo tempore
La Nueva Crónica3 hrs ago104


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