¡Suso; si vas a Boñare, traeme una pota que haga así como de litro y medio». Lo recordaba aún así toda su vida Domingo Llamas, un mozo del curso medio del Esla, que había subido a Vegamián, a guardar vacas, y que se había enamorado de una paisana suya, moza que había subido a Lillo a hacer lo mismo en la casa del Cura y su hermana, que también eran ganaderos. Los dos hablaban en su Vidanes del alma, del monte de Pardomino, y del lago Ausente, mezclando las leyendas del alto Porma con su propias vivencias, que continuaron relatando a sus hijos mientras fueron acudiendo cada año a pasar un rato sentados en el mirador de Vegamián, contemplando el las aguas pantanosas que cubrieron uno a uno todos aquellos sueños, y clavando después la mirada en la lejana cumbre de la montaña de Susarón, antes

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