En Venezuela, la fe y la razón comparten un rostro José Gregorio Hernández —un hombre que fumaba, reía, daba clases y sanaba— se ha convertido en algo más que un santo. Es el puente entre la ciencia y el espíritu, el intelecto y la fe, lo humano y lo divino.

Un doctor antes del halo

Mucho antes de ser fundido en bronce o impreso en estampitas, José Gregorio Hernández caminaba por las calles de Caracas con su maletín médico oscilando a su lado. No nació santo, sino erudito: un hombre cuya curiosidad y bondad eran inseparables. Podía suturar una herida y, con igual destreza, coser su propio abrigo colorido. Era médico del cuerpo, sí, pero también del alma, mucho antes de que la Iglesia pensara en canonizarlo.

El biógrafo y filósofo Carlos Ortiz dijo a EFE que Hernández fue “un héroe civil

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