Pedro Sánchez tenía la obligación de ir al Senado una vez al mes, pero como pasa de todo, lleva dos años –dos– sin aparecer por la Cámara Baja, porque le da la muy presidencial gana.

O sea, porque quiere y nadie le obliga. Podría hacer hoy lo mismo de atreverse, pero ya sería tentar demasiado a belcebú. Por eso el gran maestre Pedro irá hoy a morir, aunque más bien, siguiendo el argumentario de Gabriel Rufián, irá a salir a hombros de la Plaza de la Marina.

Puede ser. Cara a los suyos da bastante igual. Haga lo que haga, su tropa le va a matar a aplausos. Aunque afirmase, que no lo hará, que vivió de las saunas de su suegro, del legado inmobiliario de su familia política, ganado a golpe de spa y de furcieo prostibular.

Al movimiento pedrista le da ídem el pasado rentista de su estrella

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