Brigitte Macron nació con el privilegio de ser hija de chocolateros, que en la Francia de los cincuenta era tanto o más que poseer un título o un castillo en la campiña. Se permitió crecer elegante, estilosa y con convicciones que aún sostiene. Ni siquiera el desplome de Emmanuel Macron ha conseguido empañar su brillo . Tampoco el escrutinio al que se vio sometida por enamorarse de un hombre 25 años menor quebró esa serenidad que, sin duda, ahora es su forma más elevada de resistencia.
Esta semana ha asomado por vez primera su fragilidad. Ha sido a través de su hija menor, la abogada Tiphaine Auzière, en el juicio contra los diez acusados de acoso cibernético contra la primera dama: « Este torbellino que nunca cesa está teniendo un impacto cada vez mayor en sus condiciones de vida . N

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